Cuéntame tu vida
Trabajo, cotidianidad y vida íntima de las mujeres
A mediados del siglo XX, gracias a las mujeres de prensa, el espacio del hogar y el espacio laboral se convirtieron en objeto de la discusión política
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V I D A
En la década de 1940, cuando comenzaron a circular las revistas Mireya y Agitación Femenina, y en medio de la establecida República Liberal (1930-1946), se experimentaba un crecimiento en los sectores público y privado de la economía nacional. Nuevos bancos, oficinas y tiendas comerciales abrían sus puertas, provocando un aumento en la demanda de contadores, vendedores, asistentes y secretarias. Y aunque la mayoría de estos trabajos estaban destinados a los hombres, aparecían nuevas oportunidades de empleo para algunos sectores de mujeres que tradicionalmente habían sido excluidas de estas esferas de producción.
En este contexto, la prensa femenina de la época, a través de publicaciones como Mireya y Agitación Femenina, asumió la tarea de resaltar las capacidades de la mujer para integrarse de manera favorable al mundo laboral. Más aún, sus páginas comenzaron a batallar para que esta incorporación se diera en las mejores condiciones posibles. Las fundadoras y colaboradoras de estas revistas anotaban que la promesa de vacantes de empleos para la mujer, en la práctica, no llegaba a resolver la marginalización y la precariedad que las colombianas enfrentaban cuando querían trabajar. A pesar de que muchas mujeres ya se estaban formando profesionalmente, aún no tenían acceso a posiciones de poder y condiciones justas de trabajo.
Desde su primera edición, en 1943, Mireya llamaba la atención sobre esta problemática: recordaba que para una mujer, de entrada, era difícil conseguir y mantener un trabajo remunerado, especialmente si lo buscaba en dependencias públicas. Los vaivenes del sistema político hacían que estas entidades fueran reorganizadas con frecuencia, y las mujeres que ya estaban empleadas vivían con el constante temor de perder su trabajo. La prensa femenina advirtió estos problemas e insistió en la importancia de resolverlos. Por eso, propuso discusiones al respecto y buscó preparar a sus lectoras para que tuvieran experiencias laborales exitosas en distintas áreas productivas.
La llegada de las mujeres a las oficinas significaba para ellas una nueva forma de participación en los espacios públicos. En estos escenarios se jugaban cuestiones fundamentales para su desarrollo político como ciudadanas y, sobre todo, como agentes de la economía nacional. Pero la prensa femenina no se limitó a explorar el papel de la mujer en estos ámbitos, sino que procuró considerar y politizar todas las esferas de su vida. Es decir, contempló simultáneamente los espacios públicos y los privados como escenarios de lucha política. Desde la calle y desde la casa se podía contrarrestar el orden social que marginalizaba política y laboralmente a las mujeres.
Mireya, ideada por Josefina Canal Reyes, empezó a circular como una abanderada de la vida productiva y la independencia económica femeninas, especialmente con su apoyo al emprendimiento doméstico. Esta revista se esforzó por visibilizar los negocios que muchas mujeres iniciaban desde su casa y los presentó como actividades que las convertían en ciudadanas meritorias, pues a través de estos se integraban de manera autónoma a las dinámicas de una sociedad renovada. De modo similar, en 1944, Agitación Femenina, fundada por Ofelia Uribe de Acosta, comenzó a abogar de manera combativa por la salida de las mujeres a las calles para que se desempeñaran laboralmente. Lo hacía, entre otras formas, promocionando los empleos de asistentes, taquígrafas y diferentes labores asociadas a los espacios de oficina.
A pesar de sus énfasis y orientaciones divergentes, Mireya y Agitación Femenina compartían inquietudes sobre la condición social y económica de la mujer y se interesaban en especial por aquellas mujeres educadas que incursionaban en ámbitos antes restringidos para ellas: las mujeres de una clase media colombiana que, para los años 40, apenas comenzaba a configurarse.
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"La prensa femenina de la época, a través de publicaciones como Mireya y Agitación Femenina, asumió la tarea de resaltar las capacidades de la mujer para integrarse de manera favorable al mundo laboral".

II
La casa:
un lugar de producción
La revista Mireya recordaba las bondades del hogar. Como la oficina, la casa era un lugar en donde las mujeres podían cultivar la mente, generar ingresos y adquirir independencia económica. Las industrias hogareñas o empresas caseras, como la dirección en la confección de ropa y la prestación de servicios alimenticios, se presentaban como una manera respetable de trabajar. En la sección “La mujer y la industria”, instaurada desde su primer número, Mireya invitaba a las lectoras a que adaptaran sus casas para iniciar negocios tan diversos como los de la sombrería, la horticultura o la apicultura. Este tipo de trabajos, además, eran señalados como la mejor opción para quienes querían acogerse a los preceptos morales de sus sectores sociales, pues al trabajar desde la casa podían continuar aspirando a ser madres y esposas.
Las industrias hogareñas eran tareas de esfuerzo. Los procesos de creación y funcionamiento de un negocio, según Mireya, exigían un criterio que se adquiría con la lectura, la escritura y los estudios específicos, y que no podía resultar de la exposición a quehaceres puramente domésticos, como la limpieza. En sus páginas, actividades como la jardinería, la floristería, la culinaria y la costura, al ser puestas en marcha como pequeñas empresas caseras, no eran descritas como hobbies femeninos ni como oficios mecánicos del hogar, sino como labores que demandaban experticia para hacerse satisfactoriamente. Para llegar a producir bienes rentables y mercadeables en estas áreas era preciso tener conocimientos específicos y manejar lenguajes técnicos, como el de la química y la botánica, en el caso de la jardinería.
Las notas de la revista daban pautas a las lectoras para que aprovecharan sus habilidades y los espacios de sus casas con el objetivo de mejorar sus negocios, y las instaban a que los desarrollaran de la manera más profesional y organizada. Por ejemplo, les explicaban cómo utilizar ciertas partes de sus terrenos disponibles para cultivar distintos tipos de flores, y así ampliar la gama de sus productos y llegar a producir mayores de ganancias. O las aconsejaban sobre los procesos que debían seguir para legalizar sus pequeñas empresas.
Por otra parte, Mireya comenzó a reconocer y celebrar las industrias hogareñas como parte activa de la economía nacional: recordaba que, en la medida en que funcionaban como empresas, hacían parte del engranaje de la economía como cualquier otra industria, así que eran igual de importantes y loables. El desarrollo de la culinaria y la prestación de servicios alimenticios, por ejemplo, eran vistos como un motor para el crecimiento de la población, el turismo y la demografía y estructura urbanas.
De esta forma, las mujeres que se dedicaban a esas labores se convertían en agentes sociales beneficiosos y ciudadanas ejemplares, pues se adaptaban a las necesidades y los cambios precipitados del país. Las manufacturas caseras hacían parte de un mercado muchas veces fomentado a través del voz a voz. Pero esta característica, de acuerdo con Mireya, no les restaba importancia. Eran valiosas porque, al ser trabajos que exigían la preparación intelectual de las mujeres, se convertían en un medio para que ellas fueran artífices del esplendor de sus familias y, por ende, de la nación.
La revista señalaba que, además del entrenamiento, los conocimientos y la experticia, las industrias hogareñas eran labores que precisaban de disciplina y refinamiento, cualidades que no todas las mujeres tenían en igual proporción. Los artículos sobre estos temas afirmaban que las mujeres de los sectores altos, volcadas a una vida de ocio y reuniones sociales, estaban lejos de permitirse la suficiente dedicación para iniciar y sostener un negocio. Por otra parte, los trabajos que realizaban las obreras y empleadas de servicio doméstico eran vistos como mecánicos y rutinarios, trabajos que no las llevaban a aumentar sus capacidades mentales y, por el contrario, las sumían en la ignorancia. El desarrollo de empresas caseras correspondía entonces a las mujeres que, habiendo cultivado su intelecto, empezaban a construir una ética del trabajo.
En su primera edición de “La mujer y la industria”, Mireya recomendaba que las jóvenes que terminaban el bachillerato y no estaban interesadas en profesiones como la medicina, el derecho o la arquitectura, por ejemplo, no debían ser forzadas a conseguir empleos de oficina, sino que debían ser informadas sobre artes e industrias que “no desentonaran con su categoría social o sus inclinaciones”. Para la publicación, el asunto no se reducía a una lucha contra la discriminación en el campo laboral. El reto era lograr que las mujeres trabajaran y ejercieran sus habilidades, pero que lo hicieran en condiciones y espacios que se ajustaran al marco de lo que la revista consideraba realmente femenino.
Si bien la productividad económica era un aspecto clave del emprendimiento de estas industrias, en Mireya se esforzaban por recordar que el talante moral de las mujeres que las desarrollaban era igual de importante. La mujer que se dedicaba a las empresas caseras compartía una identidad de clase con aquella que salía a la oficina, pues los trabajos de ambas demandaban cualidades éticas e intelectuales y disposiciones de carácter similares para ser realizados correctamente. Pero trabajar desde la casa servía para evitar la hostilidad y la discriminación que abundaban en las oficinas y, sobre todo, para cultivar una virtud moral fundamental: el compromiso con la familia, que también era un compromiso con la nación.
Por este motivo, algunos artículos de la publicación sugerían a las oficinistas que regresaran a sus casas y emprendieran industrias hogareñas. Reconocían que estas trabajadoras eran estudiosas, juiciosas y capaces de ser independientes, pero aún restaba que cumplieran con su deber del cuidado familiar. Cuando lo hicieran, se integrarían a ese otro grupo de mujeres que, desde la empresa casera, comenzaban a buscar su lugar y gestaban sus propias maneras de incursionar en el mundo laboral.
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III
La calle:
trabajo útil y honroso
Al igual que Mireya, Agitación Femenina publicaba numerosos artículos sobre secretarias, contadoras y agentes comerciales. Estos textos, en primer lugar, hablaban de cómo era especial y valioso el trabajo que hacían las oficinistas, un trabajo de carácter intelectual que solo podía ser llevado a cabo por mujeres que se habían formado académicamente. El entrenamiento profesional era, por lo tanto, una característica fundamental para la exitosa entrada de una mujer al mundo laboral. La publicación consideraba que las oficinistas ya habían demostrado sus capacidades intelectuales en los lugares en donde habían estudiado, así que su ingreso a este mundo era justo y meritorio y su desempeño sería naturalmente bueno.
Por otra parte, los artículos de Agitación Femenina abordaban las dificultades que tenían las colombianas para comenzar a trabajar en este tipo de espacios públicos. Al tiempo que alababan la competencia de las oficinistas, con frecuencia presentaban las oficinas como espacios adversos que creaban desventajas diarias para las mujeres. No era inusual que usaran un lenguaje de guerra para describir la cotidianidad de empleos en bancos y oficinas comerciales, por ejemplo. Construían narrativas en las que las empleadas eran víctimas heroicas, vulnerables pero decentes, que se enfrentaban diariamente a diferentes formas de maltrato. Las armas que tenían para defenderse eran su educación y la ética de su trabajo, además del apoyo de sus familias.
Las publicaciones femeninas de mitad de siglo consideraban que, debido a la naturaleza hostil de las oficinas, las mujeres que aspiraban a trabajar en esos entornos requerían de otras importantes cualidades, además de la preparación académica. La determinación, el compromiso, la habilidad de evitar y corregir errores y sobre todo la perseverancia eran características celebradas, especialmente por Mireya.
En sus páginas, la perseverancia era presentada como un valor difícil de cultivar y asociado a la capacidad de las mujeres para tener éxito. Como opuesto de la pereza, que las podía condenar a ejercer tareas de bajo rango, la perseverancia era uno de los elementos que distinguía a las mujeres con entrenamiento intelectual. A partir de yuxtaposiciones como esta, Mireya fue estructurando un sistema ético que le servía para crear distinciones entre las oficinistas y las obreras. El resultado era una retórica en la que las primeras tenían mejores características éticas que las segundas. De este modo, las discusiones que la revista planteaba sobre el trabajo servían también para construir jerarquías sociales.
En general, las mujeres de prensa se enfocaban mucho en los valores que se necesitaban para sobrevivir y destacarse en el campo laboral. Insistían en que los estándares morales de las oficinistas eran tan importantes como su intelecto y su ética de trabajo. Las virtudes que exhibían en la oficina daban cuenta de la forma como habían sido educadas en casa, especialmente por sus madres. Entre otras cosas, la tutela familiar las preparaba para ser colaborativas, responsables, leales y sobre todo respetables. Estas directrices morales a veces tenían el propósito implícito de recordar los riesgos de ciertos comportamientos sexuales en las oficinas. Pero con más frecuencia, al hablar de las conductas y los valores de las trabajadoras, los artículos buscaban delinear marcadores de clase.
En conjunto, Mireya y Agitación Femenina ofrecieron una manera alternativa de entender el trabajo femenino en el espacio público en los años 40. Vieron en las mujeres educadas, por encima de las obreras y las damas de las élites sociales, a promotoras del crecimiento económico y la estabilidad del país y agentes del crecimiento moral de la nación. Esta visión del trabajo de oficina no distaba del enfoque que, en la década siguiente, iban a proponer revistas como Verdad y Mundo Femenino al abordar el tema del trabajo social como otra opción para que la mujer se desenvolviera en el espacio público.
La prensa femenina de los años 50 planteó que las mujeres podían salir a la calle no solo para vincularse a la fuerza laboral y obtener independencia económica, sino también para contribuir de primera mano a la regeneración social del país. Mundo Femenino solía presentar notas elogiando la labor de distintas mujeres vinculadas a proyectos de repercusión social.
En su número 7, por ejemplo, publicaba una entrevista a doña Helena Holguín de Urrutia, presidenta de la Liga Antituberculosa Colombiana y miembro de la junta directiva de la Cruz Roja Nacional, en la que se tocaban temas como la construcción de un pabellón para niños con tuberculosis, la distribución de medicamentos y el funcionamiento de su centro epidemiológico para realizar exámenes. La nota cerraba con una petición de Holguín de Urrutia por la implementación del servicio social femenino obligatorio en Colombia.
Hasta ese momento, los medios nacionales solían asociar el trabajo social a las actividades caritativas que llevaban a cabo las mujeres de la clase alta. Frente a esto, Mundo Femenino llegó para abordar el tema de una forma compleja y a veces ambivalente. Por un lado, no dejó de atribuirle a la asistencia social un componente esencialmente femenino. Afirmaba que las mujeres, por el simple hecho de ser mujeres, eran más adecuadas que los hombres para hacer aportes valiosos en estas materias. Su condición femenina les otorgaba una sensibilidad más apta para comprender la realidad de los desfavorecidos y tomar mejores decisiones al momento de ayudarlos.
Pero, por otro lado, la revista le dio un giro y un nuevo enfoque al tema, y lo llevó a ser coherente con su visión de las mujeres educadas del país: se esforzó por probar que, para ayudar a los necesitados, se necesitaba mucho más que un buen corazón y un marido con dinero; para hacer efectivamente cualquier labor social, las mujeres debían integrarse a un sistema organizado de trabajo.
En la misma séptima edición, Mundo Femenino dedicó su editorial a plantear la urgente necesidad de constituir una Secretaría de Asistencia Social. Imaginaba una entidad organizada y eficiente, que tuviera un personal, un “cuerpo de visitadoras”, responsable y competente, con un “elevado sentido de humanidad y comprensión”, encargado de agilizar burocráticamente las soluciones a ciertos problemas sociales.
Estas visitadoras se encargarían de vigilar y controlar asuntos como la venta de artículos de primera necesidad, para garantizar que estos llegaran a todas las personas, o la distribución de viviendas en ciertos sectores, para evitar hacinamientos. Lo harían a través de visitas inmediatas que serían registradas “ordenada y técnicamente” en fichas. Y esas visitas se convertirían en la base de diferentes iniciativas para resolver los problemas detectados.
De esta manera, Mundo Femenino adoptaba un concepto de trabajo social que era racional, metódico, cercano a la ciencia y de base secular. Este tipo de trabajo debía ser entendido como una disciplina que se dedicaba a entender las configuraciones sociales, que intervenía y prestaba ayuda de manera racional y que se valía de métodos científicos para recopilar información, identificar causas y resolver problemas.
Al vincular el trabajo social con la ciencia, Mundo Femenino creaba un puente que le permitía apropiarse del lenguaje con que se hablaba de educación, conocimiento y progreso en la época, y de esta manera legitimaba la autoridad que tenían las mujeres educadas para lidiar con estos asuntos. Por otra parte, la revista insistía en que la asistencia social se basaba en principios profesionales que iban más allá del altruismo católico.
La conciencia social de las mujeres que se dedicaban a este trabajo resultaba tanto de su patriotismo como de sus creencias religiosas. Al profesionalizar estas labores, las mujeres adquirían un rol predominante en la "recuperación" del país, y su participación en las mismas daba cuenta de su sentimiento patriota.
Efectivamente, en los años de gobierno del General Gustavo Rojas Pinilla, el Estado comenzó a implementar nuevos programas de bienestar público y reforma social. Como era tendencia en la época, y por influencia de las reformas estatales en Estados Unidos, estos se caracterizaron por seguir modelos organizacionales en donde se clasificaban los problemas sociales con el objetivo de distribuir de manera eficaz y eficiente las ayudas necesarias.
En este contexto, al adoptar una visión racional del trabajo social, Mundo Femenino también invitaba a las mujeres profesionales a que se adaptaran y conversaran con las políticas gubernamentales. Las mujeres de prensa daban a entender que quienes se entrenaban para ser asistentes sociales, quienes buscaban trabajar en esos programas del gobierno y sus instituciones afiliadas, iban a contribuir directamente con la administración del país. La redefinición del concepto de trabajo social permitía entonces, una vez más, situar a las mujeres educadas en la cima de la estructura sociopolítica nacional.
Visto así, en la década de 1950, el trabajo social sintetizó un modelo de sociedad inspirado por ideales como el profesionalismo, la vocación social, el patriotismo y las nuevas feminidades. Al mismo tiempo, el trabajo social se convertió en la mejor forma que las mujeres educadas tenían para canalizar sus capacidades y contribuir al progreso del país.
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IV
La intimidad femenina:
una arena política
Si en los años 40 Mireya destacó las virtudes del hogar como un lugar de producción material, autonomía económica y desenvolvimiento moral, en la década de los 60 revistas como Mujer elevarían, ya no necesariamente lo doméstico, pero sí lo íntimo a una forma de política femenina. Esta publicación comenzó a ver en las prácticas cotidianas de la mujer actos que guardaban significados políticos y que podían tener repercusiones sociales.
Temas como la moda y la belleza tenían un lugar válido dentro de la prensa, no porque fueran comunes en las revistas para mujeres de la época, sino porque iban a ser comprendidos de manera política; un artículo que describiera una tendencia de vestidos, por ejemplo, podía estar hablando de cómo se proyectaba dentro de la sociedad la mujer que los vestía.
La moda y la estética, temas que hacían parte de la cotidianidad y el consumo de las colombianas, llenaron las páginas de Mujer para otorgarle un poder a la experiencia femenina. De acuerdo con las notas de la publicación, cada aspecto de la vida íntima de las mujeres podía dar cuenta de su compromiso para ayudar a la nación.
Tal y como ya se había visto en la prensa femenina de los años 40 y 50, el tema de la nación volvía a ocupar un lugar importante entre las preocupaciones de una revista para mujeres. En esta oportunidad, venía a validar prácticas cotidianas femeninas que, bajo otra luz, podían ser vistas como asuntos superficiales. La moda, por ejemplo, más allá de ser un símbolo de estatus y opulencia, en los artículos de Mujer representaba el desarrollo de una visión cosmopolita que el país necesitaba, encarnada en las mujeres de una naciente clase media.
Flor Romero de Nohra, la directora de la revista, reconocía que los artículos sobre moda contenían referencias que podían apelar a las lectoras de clase alta, pues ellas se interesaban por estos temas desde siempre. Sin embargo, insistía en que su publicación se dirigía prioritariamente a las mujeres de esa clase media que empezaba a crecer en número, aquellas que podían redefinir los términos de las prácticas femeninas y contribuir a que la nación participara definitivamente de una cultura global.
Para afirmar que las prácticas de estética y consumo femeninos podían contribuir al desarrollo la nación, Mujer experimentó con una narrativa pedagógica que mezclaba ideas de nacionalismo e internacionalismo: una forma de cosmopolitismo. Los artículos sobre ropa, accesorios y tendencias estéticas buscaban que las lectoras sintieran orgullo por lo local y, al mismo tiempo, que adoptaran costumbres que las vincularan con una comunidad global. Las invitaban a apropiarse de lo internacional, pero siempre con el objetivo de acrecentar el progreso nacional. Esa narrativa terminaría por describir una especie de “nacionalismo cosmopolita”, un movimiento que debía ser liderado por esa clase media de inicios de los 60, según esperaba Romero de Nohra.
En su edición número 9, Mujer dedicó algunas páginas a elogiar y describir el trabajo de Stella Serrano Acevedo, una joven santandereana que, luego de estudiar en París, había regresado a Colombia para abrir el instituto de estética "Casa Bárbara". El artículo comenzaba diciendo: “Inicialmente fueron extranjeras quienes se encargaron de montar salones para masajes y maquillajes, pero luego, las colombianas fueron observando que con un poco de estudio -ojalá en París- la ciencia de embellecer a las mujeres se hacía accesible”. Luego pasaba a enumerar todos los aparatos novedosos que Serrano Acevedo había traído en su maleta desde Francia, y los tratamientos capilares y cutáneos y los masajes estéticos que podía hacer.
En las siguientes ediciones, Serrano Acevedo se convirtió en una colaboradora frecuente de la publicación, escribiendo notas en las que daba consejos de belleza para las lectoras. Este tipo de artículos, que valoraban y celebraban el trabajo de diseñadores, estilistas y esteticistas colombianos, eran frecuentes en Mujer, y casi siempre buscaban resaltar que estos compatriotas habían estudiado en el extranjero para luego regresar al país y emprender negocios locales exitosos. El conocimiento y la técnica que habían adquirido por fuera de Colombia legitimaban sus capacidades, los hacían expertos en sus respectivas áreas y los llevaban a comprender cuáles eran los estándares internacionales de calidad. Gracias a su trabajo, las colombianas podían acceder a productos y servicios de categoría mundial, sin necesidad de salir de sus ciudades. Tratamientos especializados anti-edad, moldeadores y de depilación ya estaban al alcance de un nuevo sector social de mujeres.
Si bien estos artículos aplaudían el estudio en el exterior, también se esforzaban por mostrar que estos empresarios estaban aplicando sus conocimientos al mercado local, que sabían crear para el consumo doméstico. De hecho, según la revista, lograr satisfacer la demanda local era incluso más significativo y meritorio que haber estudiado en el extranjero. En su número 14, por ejemplo, un artículo alababa a Cecilia de Mendenhall, fundadora de un nuevo salón de belleza en Bogotá, por toda la experiencia que había adquirido tanto en Estados Unidos como en Colombia. Y aseguraba sobre la estilista: “Ella representa el arte de una colombiana, al servicio de sus compatriotas, para hacerlas más bellas y atractivas”. Lo que Mujer buscaba con estas notas era construir la imagen de una cultura colombiana de la belleza, que aunque era legitimada por estándares extranjeros, beneficiaba el desarrollo local, sobre todo cuando nuevos sectores sociales se exponían a esa cultura y ese consumo.
Al hablar de tratamientos cosméticos, diseñadores de moda y estilos de peinados, enfocándose en el diálogo que se podía establecer entre Colombia y el mundo, Mujer, como líder de la prensa femenina en la década del 60, redefinía el significado político de algunas prácticas cotidianas de las mujeres, y construía así un programa pedagógico para que las lectoras se hicieran conscientes del carácter político de su vida privada.
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"MUJER, como líder de la prensa femenina en la década del 60, redefinió el significado político de algunas prácticas cotidianas de las mujeres.
De esta manera, construyó un programa pedagógico para que las lectoras se hicieran conscientes del carácter político de su vida privada".

V
De la estética a la salud
y la reproducción
En marzo de 1962 apareció en Mujer la sección “Dígame, doctor!”, pensada como un foro para que las lectoras se informaran sobre temas de sexo y cuidados físicos durante el embarazo, la lactancia y la maternidad. Desde su inicio, la sección prometió evitar los tabúes propios del provincialismo, y pronto las lectoras comenzaron a valorar la apertura con que se trataban esos temas, pues no siempre se ventilaban en el foro público de la prensa. “Dígame, doctor!” buscaba que las lectoras adoptaran hábitos de salud ya aceptados y ampliamente extendidos en otros lugares del mundo.
En general, y aparte de esta sección, Mujer se esforzó por publicar artículos sobre ginecología que señalaban los avances de la medicina y que esperaban visibilizar, discutir y crear conciencia sobre enfermedades como el cáncer, la endometriosis y otros problemas cervicales y de infertilidad de las mujeres. Desde su número 14, y a lo largo de varias ediciones, la publicación le dedicó un buen espacio a explicar en qué consistía el “método sicoprofiláctico” para manejar el embarazo y el parto, un método que por ese entonces comenzaba a ser reconocido en todo el mundo.
Las notas describían en detalle, con textos e imágenes, qué tipo de ejercicios se debían hacer en el último trimestre del embarazo, cómo se sentían las contracciones uterinas, qué ocurría cuando la mujer rompía fuente y cómo evolucionaba la dilatación de la vagina durante el parto, entre otras cosas. El interés que Mujer manifestaba, a través de este tipo de artículos, por la salud, la sexualidad y la reproducción de las mujeres también se integraba al mecanismo con el cual politizaba la experiencia íntima femenina. El público objetivo de sus páginas estaba formado por mujeres que estaban listas para vivir su vida de manera informada y consciente.

"Mujer propuso un nuevo enfoque para abordar la anticoncepción y la maternidad: se dedicó a subrayar la agencia y el poder que tenían las mujeres para decidir sobre su reproducción".
En los años 60, para el momento en que Mujer abordaba el tema del cuerpo femenino, en la prensa dominante nacional se extendía un discurso que correlacionaba el subdesarrollo de América Latina con su sobrepoblación. Este discurso resultaba de una visión estadounidense de Latinoamérica en la que el continente se concebía como un lugar que imploraba salvación. Cuando la prensa cubría los temas concernientes a la anticoncepción, planteaba la necesidad de implementar en Colombia programas para regular las funciones reproductivas de las mujeres.
Frente a este panorama, Mujer propuso un nuevo enfoque para abordar estos asuntos: se dedicó a subrayar la agencia y el poder que tenían las mujeres para decidir sobre su reproducción. Según la publicación, las mujeres tomaban anticonceptivos como señal de su independencia, y podían escoger esta opción gracias a su formación intelectual. La anticoncepción las desmarcaba, entonces, de las políticas antipobreza y les permitía adjudicarse el derecho de manejar autónomamente sus funciones reproductivas. La medicina estaba cambiando el significado de la sexualidad, que ahora se convertía en un derecho, y los artículos sobre planificación familiar buscaban que esos descubrimientos médicos fueran accesibles para las mujeres de la incipiente clase media colombiana. De este modo, se implementaba una pedagogía explícita para que las lectoras se apropiaran del tema de la anticoncepción, asumieran las riendas de su vida y fueran tan progresivas como las extranjeras.


