La mujer tiene derecho a intervenir
La publicación de revistas femeninas como acción política
La defensa de las mujeres y la escritura sobre la acción deliberada femenina fueron las puntas de lanza de la reflexión política de las mujeres de prensa en Colombia
La mujer tiene
derecho a
INTERVENIR
Desde el momento en que la Constitución de 1886 de Colombia entró en vigencia se oficializó la limitación de los derechos políticos de las mujeres colombianas. En esta carta fundacional, las mujeres se equiparaban con los locos y los mendigos. Fue solo hasta cuando el movimiento sufragista conquistó el derecho al voto femenino, en 1954, que el panorama empezó a cambiar para ellas en el plano de la participación ciudadana: el 1 de diciembre 1957, 1.835.255 mujeres salían de sus casas a mostrar sus preferencias políticas en las urnas, pero el proceso de cambio no terminaba allí.
La obtención del derecho al voto y otros logros civiles y políticos se consiguieron gracias a los esfuerzos sufragistas femeninos. Pero esto no fue el único factor. También había sido fundamental la persistencia de las mujeres en la publicación de sus revistas. Desde los años 20, el trabajo necesario para entrar al circuito de las publicaciones periódicas había entrenado a las mujeres en las discusiones y en las formas de negociar propias del debate público y se había convertido en una vía sólida para visibilizar las acciones de las mujeres en múltiples arenas.
Lo cierto es que, desde orillas partidistas e ideológicas distintas, con diferentes acentos y estilos, la defensa de las mujeres estuvo presente de manera sostenida y transversal en el periodismo femenino de mediados del siglo XX. Esto hizo de la escritura e impresión periódicas de las mujeres un elemento político y participativo en sí mismo y una oportunidad para la consecución de metas que muchas estaban esperando desde las primeras décadas del siglo XX. Las publicaciones de mujeres fueron medios para su vinculación al debate público y, por tanto, para su posicionamiento político en una Colombia cambiante, pero que aún mantenía varias de sus jerarquías y círculos de poder intactos desde el siglo XIX.
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"Las publicaciones de mujeres fueron medios para su vinculación al debate público y, por tanto, para su posicionamiento político en una Colombia cambiante, pero que aún mantenía varias de sus jerarquías y círculos de poder intactos desde el siglo XIX".

II
Por una opinión femenina propia
Josefina Canal de Reyes, creadora de Mireya, y Ofelia Uribe de Acosta, fundadora de Agitación Femenina, fueron piezas claves para el periodismo colombiano de los años 40. Cada una, a su manera, supo hacerse a un carácter militante. Además, privilegiaron el oficio como una manera de comunicar las ideas femeninas que ellas consideraban impostergables de atender para el país. Desde las páginas de sus publicaciones promovieron que la prensa masculina tradicional aceptara la presencia de las mujeres en la palestra pública del periodismo.
Hasta el momento, la prensa colombiana había sido predominantemente masculina y las discusiones políticas, aún esas en las que la mujer era el objeto de debate, eran dadas principalmente a través de plumas masculinas. Así, Canal de Reyes y Uribe de Acosta se incluyeron a sí mismas en un ambiente árido para ellas y muy poco explorado por mujeres. Si hasta entonces solo un puñado se había lanzado a la escritura de prensa, estas dos mujeres señalarían nuevos rumbos para el oficio e impulsarían la entrada de nuevas periodistas.
De la mano con el territorio poco explorado del periodismo, a mediados de la década del 40 la política era un tema sobre el cual las mujeres solo podían, a duras penas, informarse. Esta no era una arena pensada para que ellas discutieran: las mujeres podían ser testigos mas no líderes. Era tan así el estado de la prensa en términos políticos, que incluso otras publicaciones femeninas, distintas a Mireya y Agitación Femenina, y que coexistieron con ambas revistas, postergaron hasta los años 50 una incursión más decidida en la discusión sobre política. Este fue el caso de Letras y Encajes, donde el debate político había sido relativamente periférico hasta bien entrada la década de 1950, cuando finalmente la publicación terminó por fomentar la producción más asidua de artículos y piezas de debate en torno al voto y a la participación ciudadana femenina en el sistema de representación. También fue el caso de Aurora y Lumbre, donde la política fue prácticamente inexistente para sus años de circulación en la década de 1940.
En Agitación Femenina, Uribe de Acosta postulaba con vehemencia que las mujeres podían contribuir a la sociedad colombiana echando a andar una agenda política propia, que tuviera en cuenta sus funciones reproductivas y de cuidado familiar, pero que no se agotara en éstas. Así, la maternidad y el hogar eran considerados elementos importantes de la personalidad política individual y social de las mujeres, pero definitivamente no los únicos ni los más relevantes para defender en la publicación. Desde la óptica de su revista, era evidente que las mujeres aportaban a la nación al casarse, al formar una familia, al cuidar de un hogar y al dar a luz unos hijos moralmente correctos, y estas decisiones merecían protegerse y destacarse, pero lo era aún más aquello que estaba por fuera de las consideraciones del debate público con respecto a la participación femenina en el país.
Escribir sobre el trabajo femenino y la creación de asociaciones de mujeres también estaba en la lista de prioridades de Uribe de Acosta, y así lo evidenció en su revista, incentivando y apoyando la existencia de organizaciones de fomento del ámbito laboral femenino. Por ejemplo, la edición número 1 de Agitación Femenina, de octubre de 1944, inicia con una carta de la "Unión Femenina de Colombia" dirigida a Uribe de Acosta. Allí se comenta que cuatro meses atrás se ha formado esta Unión, que está pronta a obtener la personería jurídica y que ya para entonces cuenta con 70 aliadas, con el objetivo de “mejorar las condiciones de la mujer colombiana”. La comunicación, emitida por Rosa María Moreno, también incluye el "Objeto" y el "Programa de Acción", compuesto por cinco puntos: "la Unión del elemento femenino prescindiendo de prejuicios sociales y credos religiosos y políticos"; "la Aplicación del lema «a trabajo igual salario igual»"; "la Incorporación definitiva a la vida nacional"; "el Censo de mujeres activas"; y la "Asistencia social y protección infantil".
Agitación Femenina también promovió la Alianza Femenina de Colombia. Por ejemplo, en su edición número 4 se cuenta que esta organización, presidida por Lucila Rubio de Laverde, estaba en el proceso de obtener su personería jurídica y que buscaba “agrupar a todas las mujeres colombianas y asociaciones femeninas del país en torno al anhelo de adquirir la plenitud de los derechos ciudadanos”.
Otra prioridad de Agitación Femenina fue la crítica a la política masculina y, sobre todo, a los mensajes que se difundían en la prensa nacional más potente acerca de las mujeres, como era el caso de El Tiempo, El Espectador, El Siglo y El Colombiano (que contrastaban, por ejemplo, con el caso de la publicación Sábado, donde algunas mujeres sí escribían acerca de su propia situación social y política). En la edición de octubre de 1944 de Agitación Femenina, en el artículo titulado "Adelante", se dice: “Sabemos que los pontífices de El Tiempo han izado banderas contra nuestro derecho (...) Sin inquietarnos por estas manifestaciones oposicionistas, continuaremos exteriorizando nuestra opinión (...)”.
Adicionalmente, Uribe de Acosta buscaba probar que la percepción de las mujeres como seres apolíticos y pasivos era una falacia, y allí radicaba la exposición de su agenda particular y la acción política desde su medio: las mujeres opinaban con criterio sobre ellas mismas, sobre su relación con sus entornos y sobre la vida nacional más general. Esto despertaba no pocas reacciones, como lo confirma la nota editorial titulada “Nuestra política”, donde, además, se establecía que “la mujer colombiana había exhibido en la prensa y en la radio, en la cátedra y en la oficina, en la sociedad y en la beneficencia, sus maravillosas dotes literarias y artísticas; su capacidad de trabajo, la finura de su ingenio y su nobilísimo corazón, pero jamás había pensado en sus derechos ni se le había ocurrido lanzarse a la Conquista de ellos”. En la misma misiva, Uribe de Acosta retomaba la idea de que el papel primordial de las mujeres era el de ser madres y educadoras del hogar, pero que esto no excluía su responsabilidad como “elemento activo de la colectividad”.
De manera más tímida, a través de Mireya, Canal de Reyes defendió, como Uribe de Acosta, las contribuciones de las mujeres al país. Para ella, la maternidad y el hogar eran temas que tenían que ser tan elaborados por su revista como los del trabajo y la independencia económica de la mujer, y no había rangos de prevalencia entre ellos. En ese sentido, si bien la autonomía y la productividad de las mujeres que estudiaban y se cultivaban intelectualmente eran fundamentales, también lo era la dedicación a su familia.
En la edición de Mireya de febrero de 1944, en el artículo “Exaltación a la obra de Mireya”, Lilia Martínez afirmaba: “Pongámonos en pie, formémonos fuertes para la lucha, sepamos corregirnos para poder corregir (...), ayudemos a guiar al pueblo por senderos rectos (...), apreciemos la sublime grandeza de cumplir con el deber, aprendamos a vivir todos los aspectos de la vida para actuar en ella con valor y saber preparar así el terreno para la felicidad de las nuevas generaciones”.
La política de Mireya era, entonces, la de confirmar que aún cuando las mujeres estuvieran expuestas a nuevas dinámicas sociales, y aún cuando tuvieran derechos, seguían manteniendo la que se consideraba la base del país y su función moral. Así, Canal de Reyes demostraba que también tenía una opinión política propia: aquella que exponía en Mireya, que se acercaba a la cambiante vida de las mujeres colombiana para dar cuenta de las consecuencias que sobre ellas tenían las recientes transformaciones que experimentaba el país.
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III
Talante político de la prensa femenina
El talante político de la prensa femenina de mediados de siglo XX se mantendría en la década de 1950. Mundo Femenino, fundada en 1953 por Mariaurora Escovar, nació para continuar con la expresión de la opinión femenina, y así lo hizo durante el proceso final de la campaña por el voto femenino.. Cinco meses antes de la aprobación del Acto Legislativo Número 3 de 1954, por el que se le otorgó a la mujer el derecho del sufragio, Mundo Femenino publicaba artículos como “Los derechos de las mujeres colombianas”, donde se denunciaba el olvido al que los derechos de las mujeres habían sido relegados hasta entonces, a la vez que se resaltaba la importancia de personajes como Félix Ángel Vallejo, Alzate Avendaño o López de Mesa en el debate público sobre el voto, y de mujeres como Valencia de Hubach, Arboleda de Uribe y Escobar de Reyes, quienes se mostraban “competentes, dispuestas y decididas, no solamente al abogar por la conquista del ejercicio de sus derechos, sino capaces de cooperar con el hombre en las tareas administrativas y legales que rigen la vida ciudadana”.
Durante aquellos primeros meses de 1954, Mundo Femenino hizo parte fundamental del movimiento sufragista, uno de los momentos más importantes del siglo XX colombiano para los derechos de las mujeres. En artículos como “Decálogo para el voto”, de abril de 1954, la publicación estableció los parámetros para que la participación en las urnas fuera provechosa para el país. En "Décalogo para el voto" se hacía un llamado al voto femenino responsable, a hacer buen uso de los derechos políticos para luchar contra la ignorancia, a no olvidar los deberes del hogar y a “no votar sino por quienes defiendan la causa femenina”.
A medida que se acercaba el momento de la aprobación del voto, en octubre de 1954, Mundo Femenino también reconoció los logros obtenidos. En la editorial de julio de 1954 se reconocía la participación femenina en la Asamblea Nacional Constituyente – ANAC: “Mundo Femenino, como vocero único de los intereses de las Mujeres Colombianas, registra este suceso, primero en la historia, con la más viva emoción, interpretando el sentir de muchas mujeres de la patria”.
Diez años después de que Agitación Femenina hubiera sido una revista abanderada de las organizaciones femeninas, Mundo Femenino también hacía lo propio: adicionalmente a su compromiso con el sufragio femenino, trabajaba también por la unión de las diferentes asociaciones de mujeres y se encargaba de promover organizaciones como la Directiva Nacional Femenina, presidida por Bertha de Ospina Pérez, que buscaba “continuar una labor organizada en pro de la Mujer (...)”. Además, allí se proponía una “plataforma de acción que, teniendo una conformación política, encerrara los más nobles fines sociales”.
Esta directiva se alineaba con Mundo Femenino en su búsqueda de intereses colectivos más que particulares y politizados para pasar a ser una “fuerza neutral que mengüe la pasión política y contribuya a la armonía social”. En su edición de diciembre de 1954, Mundo Femenino también se manifestó a favor de la elección de Ofelia Uribe de Acosta, quien un año más tarde fundaría Verdad, como la nueva presidenta de la Unión Femenina de Colombia. La revista coincidía con ella en que resultaba necesario que la mujer se organizara "lejos de todo partido político y [se convirtiera] en elemento neutral que logre menguar los odios arraigados”.
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IV
Alternativa al periodismo sectario
Desde el año 1949, y durante prácticamente toda la década de 1950, Colombia vivió la Violencia Bipartidista y la dictadura de Rojas Pinilla, períodos turbulentos que tuvieron consecuencias en el periodismo de entonces, como la radicalización de la política y la restricción de la libertad de prensa. La rivalidad entre los líderes conservadores y liberales había iniciado en el siglo XIX cuando ambos partidos proponían formas diferentes de construir una nación soberana e independiente.
En teoría, los liberales eran anticlericales y tenían una ideología de libre comercio, mientras que los conservadores apoyaban el catolicismo y se inclinaban hacia las políticas proteccionistas. En la práctica, sin embargo, ambos partidos eran flexibles en sus principios ideológicos cuando los objetivos económicos y políticos resultaban más apremiantes que los preceptos de su partido. Después de la Hegemonía Conservadora que duró 44 años y que marginó políticamente a los liberales, éstos llegaron al poder y gobernaron entre 1930 y 1946, tiempo en el que los conservadores, a su turno, fueron también excluidos de la arena política. En 1946, la historia se repitió: al ganar la presidencia el conservador Ospina Pérez, dando por terminada la República Liberal, la división se intensificó: la violencia bipartidista fue entonces una bomba de tiempo a punto de estallar.
Para entonces, la violencia crecía estrepitosamente. En 1950, llegó al poder el conservador Laureano Gómez, quien tan solo gobernó durante poco más de un año, aunque ese tiempo le bastó para radicalizar más al país. Gómez se retiró de su puesto por enfermedad y al querer retomarlo en 1953 recibió un golpe de Estado no violento, que ubicó al general Gustavo Rojas Pinilla en la dirección del país. Dada la situación de extrema violencia de principios de la década de los 50, la llegada al poder de Rojas Pinilla fue un atisbo de esperanza para los sectores liberales y la apertura a una posibilidad de pacificación. Precisamente fue durante este gobierno que las mujeres, quienes llevaban más de tres décadas reclamando sus derechos, por fin encontraron eco y lograron conquistar el voto femenino en 1954.
En este contexto de violencia, algunas revistas como Verdad y Nuestras mujeres tuvieron una vida muy corta, pues sufrieron la censura del momento: Verdad, una apuesta importante en el marco de las publicaciones periódicas femeninas, cerró después del primer año; lo mismo sucedió con Nuestras mujeres, que cerró pasados los dos años de vida. Aún así, el panorama no era completamente devastador para la prensa de mujeres: contemporánea de Verdad y Nuestras mujeres, Mundo Femenino perduró, en buena parte, gracias a que Escovar guardaba una relación estrecha con algunas mujeres cercanas a los círculos de poder de Rojas Pinilla.
De todos modos, esto no significó que su revista se abstuviera de criticarlo a él o a su bancada. Por el contrario, esa cercanía la blindó e hizo que pudiera expresarse con relativa libertad, incluso al sugerir problemáticas del gobierno de turno. Además, liderando las publicaciones femeninas de esa década, Mundo Femenino propuso una función política alternativa para la prensa en Colombia al desafiar un aspecto clave de la prensa masculina y hegemónica de entonces: el sectarismo. Con ello, resistió en general a los trajinados estándares del periodismo nacional. La publicación quiso dar, pues, el paso de una prensa partidista a una prensa cívica, aventurada desde la visión femenina.
En las páginas de Mundo Femenino se afirmaba que la prensa colombiana, dominada por los hombres, había sido nociva, pues propiciaba la fragmentación política del país, tanto como lo hacían las acciones de quienes estaban en el poder. En la editorial de agosto de 1955, donde se conmemoraban dos años de labor de la publicación, se les recordaba a las mujeres que era necesario usar la pluma, el pensamiento, la palabra y la acción para trabajar para que Colombia “no se sumerja en el caos de odios nuevos, de nuevas mezquinas ambiciones, de nuevos sistemas desintegrados”.
Escovar defendía la idea de que los nuevos periodistas, en particular las mujeres que ejercían recientemente el oficio, debían enfocarse en producir un periodismo responsable, basado en un espíritu cívico y educativo, que estuviera al servicio de todos los colombianos. Para Escovar, la prensa masculina se había encargado de afianzar esas diferencias políticas que, según su opinión, debían de ser zanjadas en lugar de reforzadas. Debido en parte a la censura, la prensa tradicional replicaba el lenguaje que se usaba en la política e intensificaba la violencia.
Escovar luchaba por un periodismo constructivo que tuviera como protagonistas a las mujeres, quienes con sus debates y su participación política iluminarían a otros que tampoco se sintieran completamente representados por la política nacional, en medio de una recrudecida violencia bipartidista que cobraba miles de víctimas. Para ella, el papel de Mundo Femenino era recordar que otras voces podían y debían ser escuchadas, y lo hizo partiendo de que la solidaridad, la organización y la disciplina eran la base de cualquier movimiento.
Así, el periodismo de Escovar se proponía como cooperativo, en oposición al periodismo masculino, que ella consideraba egoísta. Se hablaba entonces de que tanto las mujeres como los sectores populares del campo y las ciudades habían sido silenciadas e ignoradas, y precisamente allí entraba la responsabilidad de la prensa femenina: para Escovar, se trataba de que su ejemplo impulsara a otros movimientos. Por ejemplo, en el artículo titulado “¿Qué necesita Colombia?” de julio de 1954, se establecía que las mujeres debían prestar su tributo intelectual a “las colectividades necesitadas de su ayuda y a entidades corporativas que marcharán mejor con la cooperación femenina”.
Según Escovar, los periodistas tenían que cambiar sus formas de entender el rol de la prensa y comenzar a practicar un periodismo más responsable, atado a los preceptos imparciales del oficio. Planteaba que la prensa hecha por mujeres debía constituirse como un periodismo comprometido con la verdad. En artículos como “Nuestra prensa es esencialmente política” de 1955, Escovar repudiaba el sectarismo del periodismo colombiano tradicional y le dirigía una misiva directa a los hombres de prensa: “Hombres de Colombia que pulsáis la pluma: medid la intensidad de vuestras palabras y si es posible el sacrificio de pequeños o grandes afanes de vuestro particular interés, pensad que ello es necesario para mantener la salud de la patria!”. La directora de Mundo Femenino cuestionaba fuertemente esa prensa que, para ella, contribuía a las ideologías políticas excluyentes que iban en detrimento de las mayorías y, por extensión, del país.
En artículos como “El movimiento femenino en marcha”, de febrero de 1954, Mundo Femenino también se proyectaba como una tribuna para la reflexión sobre la cooperación femenina. En ellos se evidenciaba la necesidad de apoyar las campañas femeninas en función del voto, la solidaridad y la organización del movimiento femenino en el país. “Colombia necesita: opiniones de mujer, conciencias de mujer, acciones de mujer, que sean sinceras, prácticas y firmes”, se leía en su editorial de julio de 1954. Con esto también se demostraba que las mujeres tenían la experiencia necesaria para buscar el bienestar colectivo, organizar la búsqueda de la justicia colectiva y promover la solidaridad nacional para interesar a los colombianos en un proyecto de país, cuya bandera fuera la equidad.
Mundo Femenino tuvo una doble función en el panorama del periodismo. Esta consistió en proponer un periodismo que fuera más allá del bipartidismo, al tiempo que tal propósito buscaba ser condescendiente con aquellos a quienes pretendía representar. En la edición de septiembre de 1954, un mes después de aprobado el Acto Legislativo número 3, el artículo “Que cesen los partidos” afirmaba que la mujer no debía pertenecer a ninguno de los partidos existentes que habían retrasado el progreso del país hasta entonces. En contraste, se exaltaba la prensa educativa, como era el caso de la revista “Colombia campesina”, que llegaba gratuitamente a todos los lugares de Colombia y se le hacía también un guiño a la Radio Sutatenza de Monseñor Salcedo en Boyacá.
En la misma edición, Yolanda Cunday en su artículo “Mi mensaje” contaba que, de cara a la conquista del voto femenino, era necesario tomar medidas claras, como superar la división propia de los colores políticos: “[...] debemos tener ideas propias, ideas claras, que en lugar de presentar rivalidades, traigan comprensión y apoyo y también paz y sosiego para nuestra patria que tanto lo necesita”. Las mujeres abanderadas del sufragio se convertían así en las páginas de Mundo Femenino en el ejemplo paradigmático de lucha política nacional, uno que los demás tendrían que seguir.
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"Mundo Femenino hizo parte fundamental del movimiento sufragista, uno de los momentos más importantes del siglo XX colombiano para los derechos de las mujeres".

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V
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Una revista de avanzada para la efervescencia del momento
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Contrastes, fundada en 1960 por Alicia Sotomayor de Martínez, existió por poco más de un año. Su prematura desaparición coincidió con la creación de Mujer en 1961 por la periodista Flor Romero de Nohra, una publicación longeva que declinó al iniciar la década del 70 y que fue clave en la consolidación del periodismo femenino colombiano. Como otras publicaciones femeninas anteriores, ambas revistas les dieron un lugar fundamental al trabajo de las mujeres, pero ahora con mayor énfasis en su profesionalización formal universitaria, con lo que contribuyeron, desde sus páginas, a la definición de una nueva clase media en formación durante los años 60.
Ambas publicaciones, aunque en especial Mujer, definió los contornos de esa clase media al dedicarse a la producción de artículos sobre asuntos como la formalización de la propiedad, las finanzas responsables y los programas sociales de reforma rural y urbana. En ambas revistas, la clase media fue caracterizada como un sector de la sociedad colombiana en construcción, poniendo énfasis en la constitución cultural, económica y moral de las mujeres y hombres profesionales.
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Mujer esbozó cuatro ejes: se cultivó el capital cultural a través de un énfasis en los diplomas universitarios; se incentivó el consumo responsable, lo que significaba poner de acuerdo las finanzas personales con las aspiraciones económicas y el crecimiento real del país; se promovió la formalización de la propiedad en aras del crecimiento económico y el estatus social. Finalmente, se trazaron una serie de guías de comportamiento y relaciones sociales asociadas con hombres y mujeres de clase media.
En ese marco, para Romero de Nohra las preguntas políticas de las mujeres, particularmente las de esa clase social en construcción, debían contemplar la equidad de género y el orgullo nacional, y era precisamente Mujer quien trazaría una hoja de ruta en ese sentido. A pesar de que la violencia partidista había disminuido desde la creación del Frente Nacional, a fines del década de 1950, en los 60 resurgió la guerra de guerrillas y la economía nacional pasaba por una recesión moderada. Según las escritoras, uno de los problemas que más preocupaban a la clase media era el desequilibrio entre las diferentes clases y la acumulación de privilegios en pocas manos, así como el capitalismo, la naturaleza materialista de la élites y la indolencia de las últimas administraciones frente a las condiciones culturales de las clases populares. En una carta dirigida a Mujer de marzo de 1962, Ramiro Díaz felicitaba a la revista “porque, tratándose de una publicación para el grueso público, tiene artículos de fondo que enfocan problemas sociales, psicológicos e históricos”.
Mujer buscó, entonces, contribuir a la configuración de una clase media comprometida socialmente con el país, por esto también retrató en sus páginas a profesionales involucrados con el INCORA (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria), creado en 1961 durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo, primero del Frente Nacional. En el marco de la Alianza para el Progreso, programa de asistencia que operaba dentro de los límites del desarrollo capitalista fomentado desde los Estados Unidos, estos profesionales se perfilaban como actores fundamentales para la reconstrucción económica y social del campo.
Aunque Mujer era escrita por plumas femeninas, su objetivo era llegar también a lectores hombres y, sobre todo, ser tanto o más influyente a nivel nacional que otros foros de prensa masculinos. Durante los vertiginosos años 60 colombianos se sentía el peso del recientemente conquistado voto femenino. La incursión de las mujeres en la vida pública, ya no solamente en términos de inserción en el mundo laboral sino también en su representación simbólica en los medios tradicionales como la prensa escrita, la radio y la recién llegada televisión, marcaba una nueva transformación del país.
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En 1954, además de la aprobación del Acto Legislativo Número 3, el gobierno de Rojas Pinilla había fundado la Radiotelevisora Nacional de Colombia. Para la década de 1960, la llegada del rock and roll a Colombia, sumada a la liberación sexual y a un puñado de movimientos reivindicativos de luchas sociales y políticas hasta entonces silenciadas, habían abierto el camino para que las mujeres encontraran nuevos canales de comunicación. Mujer fue parte de esta coyuntura, y buscó aprovecharla al máximo.
Dotada con una compresión del mundo que incluía ángulos disímiles, complejos, contradictorios y disruptivos, Romero de Nohra emprendió su acción política. A través de su revista sería posible discutir problemáticas nacionales desde la mirada femenina y mostrar facetas de las mujeres antes inexploradas abiertamente, con acentos controversiales que reñían tanto con la prensa masculina como con lo que otras mujeres de prensa habían hecho antes y hacían en el momento. Esto mientras sostenía un proyecto de publicación periódica que buscaba ser prolífico y, más que nada, sobresaliente, tal como lo había intentado Uribe de Acosta en las décadas de los 40 y los 50 y Escovar en los 50.
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Para Romero, la incidencia de las mujeres desde su escritura era un acto político independientemente de que el tema sobre el que escribieran fuera sexualidad, salud reproductiva, moda o política nacional e internacional. Para la periodista, todos los aspectos de la vida de esas mujeres, profesionales y comprometidas con su oficio, escondían un acto político. Las decisiones, en apariencia banales, sobre el cuidado personal, la moda y la apariencia física evidenciaban un puñado de cambios políticos y culturales profundos.
A través de artículos sobre estética femenina, corporalidad y productos que hacían parte del mercado de consumo, en Mujer se dio una relación entre lo doméstico y lo foráneo. Con ellos se planteó la idea del nacionalismo cosmopolita, una forma de explicar cuáles eran los valores que conformarían la identidad de la clase media colombiana, según la revista. Al hablar acerca de los artículos sobre moda, Flor Romero de Nohra apuntó a mostrarle a las mujeres profesionales de clase media que podrían redefinir la idea de que las prácticas de la moda eran un asunto de la oligarquía y estaban en capacidad de también ejecutarlas. Su vida cotidiana podría estar conectada con el progreso mundial, si ellas lograban recrear dicho mundo en los confines de su propio país. Los artículos en donde se hablaba de la apertura de la boutique Riskman y Gutiérrez, por ejemplo, insistían en que existía una producción auténtica de ropa en Colombia, por lo que, si en París, Roma, Madrid y Nueva York existía una moda distintiva, también Colombia podría desarrollar la propia.
En el marco de la discusión sobre el papel de Colombia frente al desarrollo, los artículos sobre moda en las publicaciones femeninas mostraban paradójicas posiciones: por ejemplo, el valor de la producción nacional de ropa se encontraba en su entendimiento de los patrones internacionales, en compartir su estética y sus estándares creativos. Esta posición se puede leer como una forma de establecer paralelos entre lo nacional y lo foráneo, dejando de lado cualquier tipo de provincialismo que pudiera evitar que Colombia entrara al camino del desarrollo. Un ejemplo de ello se puede en su número de septiembre/octubre, en donde Mujer publicó un artículo llamado “Capricho, alta costura”. En él se contaba la historia de Carola de Gaviria, quien, luego de haber ejercido como costurera en Medellín y haber pasado años de austeridad en Bogotá, fundó Capricho, una tienda en la que vendía sus diseños junto con diseños extranjeros. A pesar de sus dificultades financieras, de Gaviria había logrado viajar a Europa y a Estados Unidos para traer carteras, guantes, bufandas, cinturones, collares, zapatos y sombrillas, “que no se podían conseguir en Colombia, al menos no con la misma calidad de la producción extranjera”.
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Otro ejemplo interesante es el de “Milina enseña sus secretos”, artículo publicado en diciembre de 1961 en Mujer. El texto estaba dedicado al salón de belleza de la estilista del sudeste asiático Milina Cao quien, junto con su asistente española Marijuana, era referenciada como un ejemplo de compromiso profesional y de formación y experiencia en centros internacional. El artículo felicitaba a Cao y a Marijuana por haber logrado “el milagro de hacer que las mujeres colombianas pararan de esperar los tratamientos de belleza parisinos”. De acuerdo con el artículo, el valor del salón de belleza de Cao y Marijuana era que les habían mostrado a las mujeres de Bogotá que “ya no tenían que viajar a miles de kilómetros para encontrar qué es lo que embellece a las mujeres en el extranjero”. En su salón de belleza se proveían servicios especializados, de la misma calidad de los tratamientos extranjeros, pues se habían consolidado prácticas que participaban de la creación de los estándares internacionales de calidad.

"En las páginas de Mundo Femenino se afirmó que la prensa colombiana, dominada por los hombres, había sido nociva, pues propiciaba la fragmentación política del país, tanto como lo hacían las acciones de quienes estaban en el poder".
Las publicaciones de mujeres en la década de 1960 en Colombia, particularmente Mujer, también estuvieron en consonancia con una comprensión política diferente del control de la natalidad. Las mujeres escritoras apoyaron la idea de que la anticoncepción no se trataba solamente de superar la pobreza y el subdesarrollo. Por el contrario, su insistencia en el control de la natalidad respondía a su interés en la emancipación y en esa experiencia cosmopolita que el uso de anticonceptivos conllevaba para las mujeres. En una carta de octubre de 1965, Teresa de Castrillón contaba que “Mujer ha sido de las pocas publicaciones que se ha atrevido (...) a enfocar estos temas con desenfado”.
Finalmente, la línea editorial de Mujer consistió, entonces, en retratar a una clase media profesional comprometida política y socialmente con sus compatriotas, aunque no necesariamente de manera partidista. Abanderada del periodismo crítico, profesional y competitivo, Romero de Nohra defendió las discusiones sobre las oportunidades de las mujeres en la política, en los diferentes campos profesionales del momento y, de manera prioritaria, en las dinámicas de desarrollo del país en las que la clase media se abría campo. Su proyecto también se embarcó en una sostenida producción de artículos sobre temas tradicionalmente femeninos, pero desde la comprensión de estos como herramientas políticas que era necesario ventilar y exponer. Con todo esto, Romero de Nohra buscó convertir a Mujer en un actor ineludible de la esfera pública de la prensa nacional.
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