Lo que vemos las mujeres

Proyectos para una cultura impresa femenina visible, estable e innovadora

Un recorrido por la sala de redacción de los proyectos de prensa femeninos

LO QUE

v e m o s

LAS MUJERES

A comienzos del siglo XX colombiano, el periodismo era un oficio casi exclusivamente de hombres. Desde el siglo XIX, algunas mujeres habían incursionado en la escritura y la edición de impresos, además de hacer presencia en encuentros literarios y tertulias, pero esto había sido la excepción que confirmaba la regla. Aún hacia la década de 1960, cuando de las escuelas de periodismo comenzaban a graduarse mujeres, todavía era común la condena social por parte de muchos que no veían con buenos ojos que las mujeres quisieran hacerse a un lugar al interior del mundo de la cultura escrita colombiana. Quizás uno de los factores que impulsó un pequeño cambio en esta situación fue el desarrollo de un proceso de profesionalización del oficio periodístico: éste comenzó en la década de 1930 —cuando se establecieron las primeras escuelas de formación disciplinar en Medellín y Bogotá— y se fue desenvolviendo durante todo el siglo, hasta la década de 1990 —cuando mujeres periodistas ya se posicionaban como líderes de opinión.

 

Durante toda la primera mitad del siglo XX, sin embargo, el oficio continuó siendo ejecutado principalmente por escritores aficionados, hombres sin formación específica en periodismo, aunque muchas veces sí formados en derecho y economía y con bastante cercanía al desarrollo de actividades políticas. La alternancia entre  ocupar puestos públicos o ejecutar labores legislativas y la escritura en sala de redacción había fortalecido la relación del periodismo con los ámbitos del poder, muchas veces dejándolo muy cercano a los intereses ideológicos de los partidos conservador y liberal.

 

Esto no había impedido en lo más mínimo el desarrollo profuso del periodismo colombiano, que para la década de 1950 contaba con centenas de medios impresos en funcionamiento, producidos y distribuidos en diferentes ciudades y poblados del país. Y es en ese momento, de la mano de unos años 40 signados por la violencia bipartidista y por la exacerbación de los ánimos editoriales e ideológicos, cuando la prensa colombiana recibe uno de sus impulsos transformadores con la apertura de centros de estudios formales en periodismo, algunos de ellos centrados en la educación femenina. Es el caso, en primer lugar, del programa de periodismo de las Facultades Femeninas de la Universidad Javeriana, abierto en Bogotá entre 1941 y 1943, y reabierto en 1949 con el nombre de Escuela de Periodismo y Radiodifusión, ahora con formación mixta; en segundo lugar del curso de publicidad y medios impresos del Centro de Cultura Femenina de Nuestra Señora de las Mercedes; y, finalmente, del Colegio Mayor de Antioquia, CMA, y su currículo exclusivo para mujeres.

 

Durante las décadas de 1950 y 1960, especialmente, los proyectos de prensa hechos por mujeres participaron del proceso de profesionalización de la prensa colombiana en sus diferentes frentes: uno, consolidaron equipos de trabajo, grupos editoriales y plumas individuales, algunas formadas disciplinarmente; dos, dichos equipos impulsaron la creación de salas de redacción, imprentas y oficinas empresariales, que a su vez impulsaban la incipiente industria de proveedores de materiales impresos; tercero, sus líneas editoriales exploraron nuevas narrativas periodísticas, como el fotoperiodismo y la fotografía, de la mano de otras más tradicionales; cuarto; construyeron una estrecha relación con sus lectores, mediada muchas veces por el interés en conocer sus intereses y también por el mundo de la publicidad; y, finalmente, hicieron uso de herramientas comerciales, como las reuniones de negocios y los esquemas de distribución, circulación, venta y sostenimiento.

 

La profesionalización del periodismo en el país estuvo estrechamente relacionada con la entrada de las mujeres al mundo universitario así como con la simultánea fundación de proyectos de prensa escritos y liderados por mujeres. Aún recibiendo críticas mordaces, los proyectos de prensa hechos por mujeres continuaron hasta bien entrada la década de 1960, cuando se logró una conjunción profesional de los anteriores factores en una revista como Mujer. En ella y en todas las revistas que fueron publicadas desde los años 20 es posible rastrear los diferentes segmentos de la historia de la transformación del proceso de producción del periodismo colombiano en el siglo XX.

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“...Mujer siempre trae una buena selección de material, no tolera la distorsión de las capacidades que las mujeres han desarrollado, y es sabia en retratarlas como seres humanos: con capacidades intelectuales, un bagaje cultural amplio, y no como simples muñecas, mujeres dulces, muy dulces, sin ningún otro propósito que su hogar….”.

Sara Inés del Río, carta a la editora, Mujer, febrero de 1962

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II
La escritura de las mujeres de prensa y los centros de formación periodística

Con la fundación de los centros de estudios a mediados de los años 40, las estudiantes de los primeros programas de periodismo se animaron a escribir sobre los roles femeninos, sobre las diferentes ocupaciones a las que podían acceder, sobre los retos sociales y políticos a los que se enfrentaban en el momento y sobre sus triunfos profesionales e intelectuales. Esto no fue bien recibido por muchos, sobre todo hombres que al principio veían con condescendencia su entrada al universo periodístico, pero que, cuando se daban cuenta de que el asunto iba en serio, las llegaban a mirar con desconfianza y aprehensión frente a la ruptura de los roles sociales tradicionales: una mujer periodista significaba el desarrollo de una voz autónoma y una escritura individual; además, eran ellas y no ellos quienes adelantaban la educación formal en periodismo.

 

En 1945 fue fundado el CMA, Colegio Mayor de Antioquia, en respuesta a las crecientes expectativas de las mujeres por integrarse a la vida educativa. El gobierno liberal de Alfonso López Pumarejo había encargado en el Ministerio de Educación al intelectual y periodista Germán Arciniegas, quien impulsó la constitución de una red de Colegios Mayores (en Cundinamarca, Bolívar y Antioquia) que se expandiría durante toda la década por diferentes regiones del país. Junto con otras voces críticas de la época, Germán Arciniegas, sin embargo, bromeaba con recelo sobre la incursión de las mujeres en el periodismo profesional, pues lo consideraba “peligroso”. Para 1946, el CMA inauguraba, con doce estudiantes, uno de los primeros programas con un currículo en periodismo pensado exclusivamente para estudiantes mujeres. Ya desde 1941 se habían establecido las Facultades Femeninas de la Universidad Javeriana. En ellas, las mujeres tenían acceso a clases de derecho, filosofía, literatura y economía del hogar.

 

Si bien sobresalía el constante cambio en el currículo del programa, junto con la tensión en la opinión pública por las inquietudes sobre cuáles debían ser las labores que ejecutaran las mujeres, el programa  incentivaba en sus estudiantes la posibilidad de convertirse en autoras de crónicas y reportajes periodísticos, así como en supervisoras de las páginas dedicadas a las mujeres en los medios tradicionales, en directoras de oficinas de publicidad, de circulación o de diseño gráfico, o en las secciones de archivo de los periódicos. Algunos de los profesores del CMA venían de estudiar en el exterior, como Tulia Restrepo, que había estudiado edición en Italia; otros trabajaban en renombradas posiciones en periódicos conocidos de la época, como Fernando Gómez Martínez, director de El Colombiano, o Livardo Ospina, editor de El Diario. En ambos casos, los maestros permitieron el tránsito de algunas estudiantes hacia la vida laboral, pues fueron vinculadas a los periódicos y se desempeñaron exitosamente en diarios regionales, como fueron los casos de Isabel Ramírez, Nuri Gallego, Lucila Arango, Emma Mejía y Mercedes Mejía.

 

La hostilidad del medio incrementaba a medida que crecía el entusiasmo y la participación de las estudiantes mujeres en la vida laboral. Según Alicia Giraldo, instructora del CMA y asistente del director durante los años 50, los hombres se ponían “nerviosos cuando veían que una mujer podía desempeñarse mejor en un oficio en donde siempre habían sido los reyes, por lo que se pensaba que las mujeres sólo estaban jugando”. La participación activa de las mujeres demostraba que se tomaban en serio al periodismo, tanto que muchos hombres hacían solicitudes para el programa, pues veían que su formación era sólida y abría las perspectivas del oficio.

 

Esta misma hostilidad se vería también en el medio laboral, donde los periodistas consideraban que las mujeres sólo debían escribir las páginas sociales. Desde la prensa, algunos periodistas prevenían a las mujeres de involucrarse demasiado en un oficio que se consideraba difícil, en donde debía trasnocharse, trabajando donde nadie lo hacía, esperando los “errores de prensa, los problemas de tipeo, la indolencia de los copy y los editores”, como lo afirmaba Sagredo para defender que el periodismo era una ocupación y una preocupación estrictamente masculinas. El programa del CMA cerró sus puertas en 1950, en parte debido a la constante sanción social y a la falta de apoyo de los mismos medios; también a cambios políticos a los que sometió el país. Frente al panorama de adversidades, sin embargo, algo había cambiado. Si bien todos estos retos descritos por Sagredo eran semejantes a los problemas que tuvo que enfrentar, por ejemplo, una Mariaurora Escovar cuando publicó Mundo Femenino, durante la década de 1950, los esfuerzos de las mujeres periodistas por entrar al mundo profesional habían abierto nuevas puertas y comenzaban a posicionar a las mujeres como constructoras de un nuevo rol social para la prensa.  

 

Las tensiones continuaron. En 1954, tuvo lugar en Cali la Segunda Conferencia Nacional de Periodismo, en donde participó activamente Mundo Femenino. Junto con tres mujeres periodistas, Escovar se encontró con un ambiente de enfrentamientos exacerbados, en donde reinaba la “falta de respeto a las opiniones de los demás”. Éste contradecía su interés por crear un medio que generara las condiciones necesarias para hacer un periodismo responsable, uno que pudiera capturar los “intereses y deseos populares” y que “entendiera que los intereses de la nación y la comunidad debían ser lo que primero fuera considerado”. Según ella, el periodismo femenino debía construir un oficio desapasionado que generara transformaciones en la sociedad como un todo y que estuviera vinculado con las escuelas de periodismo y lo que en ellas se enseñaba.

 

Por ello, en junio de 1954, en la sección “La mujer en la vida nacional” se había resaltado la figura de Flor Romero de Nohra. Siendo colaboradora de El Espectador, Romero era considerada como mujer dueña de una gran personalidad y de un amplio conocimiento cultural. Además, se resaltaba que hacía algún tiempo había recibido su título en periodismo y se había destacado por su “gran habilidad y la novedad” que le imprimía a sus relatos. “Ella es una periodista de verdad”, terminaba por afirmar el artículo. Si en los años 40 y 50 comenzó la formación profesional, para la década de 1960 los proyectos periodísticos comenzaban a ver los frutos de mujeres como Flor Romero. En 1961 Flor Romero fundó Mujer y con ello se convirtió en la directora de uno de los primeros medios colombianos femeninos de talla mundial en donde escribían, editaban y publicaban mujeres periodistas profesionales con colaboraciones locales y extranjeras.

 

Su perfil sobresale, primero, porque desde la década de 1950 buscó educarse a nivel universitario y ser así una periodista profesional y no hecha solo desde la práctica, como hasta el momento lo eran muchos en el gremio, hombres y mujeres. Esta profesionalización le dio pie para adherirse a un proyecto de objetividad y rigurosidad que prometía el periodismo de la época. Su vida profesional comenzó en 1948, en El Espectador, periódico que durante la década de 1950 le daría una beca para estudiar periodismo en la Universidad Javeriana. Debido a su situación económica, recién llegó de su pueblo natal, Guaduas, Santander, Flor Romero vivió con sus familiares. En sus palabras: “Lo natural habría sido aspirar a un título de bachillerato técnico para luego ser secretaria. Pero yo quería estudiar algo más. Yo quería tener un título de bachillerato para luego ir a la universidad. Fui revolucionaria en mi tiempo, especialmente si uno considera que yo soy huérfana y tenía poco dinero por entonces”. Mientras estudiaba, trabajaba como asistente de Luis Cano, director de El Espectador, luego de lo cual, muy rápidamente, le fue pedido que escribiera para la página social del periódico.

 

Por un tiempo, Romero era la única mujer en la oficina editorial. Entusiasta con la escritura y aplicada con sus estudios, sus colegas y su jefe rápidamente reconocieron su talento. Muchos otros de sus compañeros también estudiaron, como parte de un convenio, establecido entre la Escuela de Periodismo y Radio de la Universidad Javeriana y cinco periódicos, para impulsar la profesionalización del periodismo en el país.

 

El programa de la Javeriana, que había comenzado de nuevo en 1949, pasó a ser el primero que se mantuvo con los años e inspiró más adelante el currículum de los programas de periodismo de otras regiones del país. Inicialmente, su programa se planteaba en dos años, pero en 1952 pasó a tener tres, con cursos adicionales que reforzaban los ámbitos éticos y objetivos del periodismo. Además, entre las novedades de su estructura curricular se encontraba la posibilidad de hacer talleres en medios prestigiosos, como La Voz de Colombia, o cursos como “Composición y estilo periodístico”, “Técnicas de noticia y reportería”, “Principios de reportería gráfica” y cursos que apuntaban a fomentar cualidades éticas en los alumnos.

 

Para el momento en el que Romero de Nohra asistía a las clases, los estudiantes debían presentar una serie de requerimientos de admisión. Entre ellos estaba el título de bachillerato, así como la ejecución de un examen que los ubicaba curricularmente de acuerdo a sus habilidades y capacidades. Al final de la carrera, los estudiantes debían tomar un examen final en cada curso y escribir un número de artículos e historias bajo la supervisión de tutores pertenecientes a la facultad. Desde 1952, la admisión se fue volviendo más estricta y el examen final incorporó evaluación oral de los aprendizajes y un portafolio de artículos de prensa. Romero se graduó en 1951, como parte de la primera cohorte de la carrera. Su tránsito por la universidad es una síntesis valiosa del proceso de profesionalización del periodismo en el país: como ella, durante las décadas de 1940 y 1950, trabajadores de los medios entraron a aprender técnicas especializadas en escritura para periódicos y revistas, transformando sus talentos en habilidades y adquiriendo un conocimiento disciplinar particular.

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III

La sostenibilidad del quehacer periodístico: redes de producción y circulación

 

Como Romero de Nohra lo demostraría durante la década de 1960, otro de sus grandes aprendizajes en la Universidad Javeriana fue de entender cómo funcionaba la producción, la distribución y la sostenibilidad de los proyectos periodísticos. Durante la década de 1960 trabajó arduamente en aumentar la cantidad y el alcance de su publicación y en hacerla sostenible económicamente, con un negocio de impresión off set que ella organizó y que incluía productos diversificados como la producción de postales, timbre de tarjetas, carátulas de discos, folletos y volantes.

 

Desde las décadas de 1930 y 1940, el ámbito financiero había sido una de las principales preocupaciones de los medios. Siempre apuntando a la generación de ingresos para hacer de sus medios proyectos sostenibles, las mujeres de prensa acudieron a empresas del sector privado para aprovechar el crecimiento del mercado de consumo interno. En Mireya, por ejemplo, Josefina Canal de Reyes fue una de las primeras en buscar financiación estableciendo alianzas con empresas privadas para apoyar el sostenimiento del medio más allá de sus fondos propios. Agitación Femenina, por su parte, se mantuvo a partir de los fondos de Ofelia Uribe de Acosta, su directora, además de las donaciones de grupos de interés, patrocinadores y alianzas con organizaciones de mujeres como la Unión Femenina de Colombia y la Alianza Femenina. Creada en Tunja, Agitación Femenina logró establecer muchos vínculos, hasta que se mudó a Bogotá en el 44 y pronto fue clausurada.

 

El caso de Mundo Femenino, una década más tarde, muestra también el esfuerzo por mantener viva la producción de un proyecto periodístico. Escovar, su fundadora, se dio a la tarea de crear y sostener una red de mujeres corresponsales en diferentes lugares de Colombia con el ánimo de tener más alcance y de recibir historias de muchos lugares: Barranquilla, Silvania, Honda, Jericó, Sabaneta. Esto fue posible gracias al entusiasmo de jóvenes mujeres que distribuían la publicación a cambio del 20% de las ganancias y que estaban alineadas con las ideas de Escovar. Además, Mundo Femenino comenzó a apoyarse en el dinero proveniente de las suscripciones de sus lectores, sin dejar de lado los fondos propios, el trabajo de litigio de su directora Mariaurora Escovar y la difícil búsqueda de empresas que publicitaran sus productos.

 

En el caso de Mujer, el aprendizaje previo de Flor Romero le permitió construir un sistema de sostenibilidad basado en fondos propios, suscripciones de los lectores y, como novedad para la época, la instalación de una imprenta que ofrecía servicios a terceros. La incipiente industria editorial de la época sumó, entonces, un agente que ofrecía la impresión de tarjetas, carátulas de discos, volantes, folletos y la propia revista Mujer. Además, gracias al trabajo gratuito de colaboradores, escritoras e incluso prominentes fotógrafos de la época, Mujer logró una sostenibilidad poco vista anteriormente, con un proyecto que era tanto periodístico como económico.

 

De una manera semejante a Escovar con Mundo Femenino, Romero de Nohra se vio ante dificultades económicas al publicar y circular Mujer. Una vez más, las constantes críticas por parte de un medio habitualmente dominado por hombres hacían que el proyecto mediático perdiera legitimidad frente a los posibles inversionistas, quienes veían con desconfianza las posibilidades del medio. El escepticismo de los periodistas con respecto al éxito de las publicaciones de tirajes cortos, como típicamente lo habían sido las revistas femeninas, se mantenía de entrada. Sin embargo, la alta dosis de ambición periodística y de negocio de Romero de Nohra permitió que la revista se mantuviera, pues constantemente se publicaban artículos en donde manifestaba el interés por constituir una prensa competitiva, más allá de los círculos ya establecidos y apoyada en la constitución de redes de circulación que aprovecharan el creciente mercado de consumidores.

 

Como lo registran las cartas de lectores, Mujer circuló en diferentes ciudades del país, así como en otros países en América Latina, Estados Unidos y Europa, de una manera más amplia que precedecesoras como Agitación Femenina, Mireya y Verdad. Especialmente en Colombia, durante la década de 1960, el público lector urbano se ampliaba exponencialmente junto con las posibilidades de comunicación con lectores por fuera de Bogotá a través de medios como la radio, como se verá más adelante.

 

Otro de los factores fundamentales para lograr la sostenibilidad de los medios fue la consolidación de redes de trabajo y circulación de las revistas. En el caso de Mujer se creó una red de periodistas nacionales e internacionales que ayudaron en la producción y distribución de la publicación. Entre ellas sobresalieron mujeres como María Teresa Uribe en Medellín, Elena Benitez en Cali, Carolina Villa en Barranquilla, Judith Porto en Cartagena y Ana Hernández en Bucaramanga. Este esfuerzo también se extendió al interés de Romero de Nohra por hacer de Mujer una publicación accesible en múltiples lugares al interior de Colombia, como Zipaquirá, Fontibón, Duitama, Girardot, Honda, Ibagué, Medellín, Cali, Manizales, Cartagena, Barranquilla, Fundación y Santa Marta; también en otros países de América Latina, como México, Argentina, Perú, Uruguay, Venezuela, Honduras, Bolivia, Brasil y Estados Unidos, especialemtne entre la diáspora colombiana que vivía en Nueva York.

 

Su distribución era impulsada por miembros del equipo periodístico, así como por alianzas con librerías, droguerías, tiendas y otro tipo de comercios, y una red de representantes en las ciudades medianas y grandes. Así, por ejemplo, la Librería Olimpo asumió la labor de distribución de Mujer, al menos hasta mediados de los años 60. La distribución también se apoyó en redes internacionales, formadas a partir de un congreso en Estados Unidos de mujeres periodistas norteamericanas y latinoamericanas, a mediados de 1963. Durante el período que pasó en Estados Unidos, además de visitar The New York Times, Look, Life y Time, dentro del espacio de la conferencia, Romero de Nohra conoció otras mujeres periodistas y puso a la publicación en la mira de nuevas escritoras y editoras, especialmente de las latinoamericanas.

 

Este fue un proceso de posicionamiento de la publicación dentro del campo periodístico en Colombia que incluyó pensar formas de distribución e incentivó  la suscripción para sostener económicamente el medio y formatos, temáticas y géneros dentro del contenido de las revistas. Para Romero de Nohra, si en Mujer trabajaban escritores reconocidos y se abordaban temas transgresores, la publicación tendría más lectores y más reconocimiento. Romero de Nohra estaba interesada en convertir a Mujer en uno de los medios principales del mundo periodístico colombiano, con una suerte de competencia por el liderazgo con los medios de mayor reputación y tradicionales producidos típicamente por hombres.

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"A través de la sección “Problemas sociales”, Mujer buscó apoyarse en la fotografía para plantear una mirada crítica a la vida diaria colombiana".

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IV

Narrativas: rutinas e innovación de los géneros periodísticos

 

Durante los años 40, la revista Mireya y Agitación Femenina, fueron testimonio de mujeres de prensa que mostraron las realidades de las mujeres en primera plana, como ciudadanas excepcionales en términos económicos y morales. Para Canal de Reyes, editora de Mireya, la publicación era “única en Colombia”, puesto que ilustraba la realidad política y las necesidades de las mujeres. En su caso puntual, la revista reflejaba la situación de la mujer colombiana en el mercado laboral y en el mundo del periodismo. Mientras Josefina Canal de Reyes, una de sus fundadoras, trabajaba en la búsqueda de fuentes de financiación, su aliada Mercedes Triana de Castillo se encargaba, al menos en un principio, de pensar cómo y sobre qué debía escribirse en la publicación.  

 

En el caso de Agitación Femenina, la exploración de los géneros fue más allá del ámbito documental, pues se creó un personaje emblemático que hizo uso de la sátira para plantear críticas frente a la situación de la mujer en Colombia. A través de la sección “Consejos de Madame Cucufata”, la revista estableció un canal directo con sus lectoras que hacía uso de la ironía para adelantar posturas femeninas hasta el momento inauditas. Con tintes literarios, cada una de sus publicaciones hacía uso del recurso de la correspondencia para hacer comentarios sobre la manera en la que era juzgado el comportamiento y el lenguaje de las mujeres en el país. Frente al rol establecido, Madame Cucufata comentaba satíricamente la idea de que las mujeres debían guardar discreción y tener un comportamiento intachable: “Si alguno se da por ofendido, hace mal en quejarse del autor, quéjese de sí mismo, porque él es el que se traiciona, declarando, como concierne personalmente a él, un lenguaje que por dirigirse a todos, no alcanza más que a los que quieran apropiárselo”.

 

Durante la década de 1950, Mundo Femenino había visto en la radio una posibilidad para expandir sus públicos en el país y el mundo, y así beneficiar sus finanzas de paso. Por ello, su impacto político y cultural no solo se quedó en el papel. Su directora fue más allá y lo combinó con la radio, impulsando un proyecto mediático complejo que le dio mucho más alcance y a través del cual fue más efectivo promover el impacto de las mujeres en la vida nacional. A mediados de los años 50, Mundo Femenino se hizo a un espacio en el programa radial La idea, transmitido en la emisora Radio Capital, y más adelante en la emisora Metropolitana.

 

Con la aspiración de que los contenidos de la publicación fueran más conocidos en cada rincón del país, Mariaurora Escovar, planteó la necesidad de utilizar  la radio como un medio que impulsara la influencia de las mujeres en el periodismo y en la vida pública nacional. El programa transmitía discusiones editoriales y análisis sobre temas coyunturales, tanto de la vida política como de asuntos de la cotidianidad doméstica. Las bondades del medio sonoro le daban, además, la posibilidad de tener reportajes periodísticos en vivo, en donde, a través de llamadas telefónicas, las mujeres hablaban sobre arte, educación y negocios.

 

En colaboración con Graciela Bernal y Emilia Gutiérrez Mejía, transmitían, en el marco  del programa La idea, un programa estructurado de la siguiente manera: en primer lugar, Escovar abría con una discusión editorial sobre eventos y noticias coyunturales; en segundo lugar, Gutiérrez Mejía hacía una discusión sobre la vida doméstica; en tercer lugar, las tres entrevistadoras hacían reportería en vivo basada en la llamada de algún radioescucha; finalmente, cerraban con un segmento dedicado al activismo femenino en Colombia y el mundo.

 

Desde la década de 1960, las publicaciones buscaron incursionar en nuevos géneros como la el fotoperiodismo y la fotografía. A través de Mujer, Romero de Nohra innovó en las narrativas tanto visuales como verbales, que delinearon un avance en la forma y en el contenido de su publicación. Su apuesta por el fotoperiodismo renovó las páginas de la prensa impresa y mantuvo la vigencia de una cultura gráfica rica que a su vez establecía un referente visual con respecto a los roles sociales y políticos de la clase media del momento. Mujer se lanzó a utilizar nuevos formatos narrativos, tanto visuales como verbales, innovadores tanto en forma como en contenido, así como en resultados.

 

El objetivo era convertir a la publicación en un medio excepcional, de vanguardia  e influyente que adoptaba estrategias para producir un periodismo crítico, profesional e imparcial y con espacios para la discusión sobre asuntos poco tratados en la prensa tradicional, como la situación de los marginalizados en Colombia. Al tener a la fotografía en el centro de sus artículos más elaborados, Mujer estableció un referente visual de la clase media y de sus roles políticos. Los fotorreportajes y los artículos ilustrados tenían un ángulo editorial que resaltaba la necesidad de la acción social. Al tiempo, se retrataba la identidad de una clase media que buscaba sobrepasar el provincialismo colombiano e involucrarse con las tendencias mundiales sin dejar de lado una fuerte identidad con el progreso del país. En apariencia dos aspectos disímiles, la solidaridad por un lado y la estética y la corporalidad por el otro, coexistieron en Mujer como componentes esenciales de la cultura política de la clase media que se inscribía en la publicación. Ambos aspectos legitimaron la autoridad de esta clase, uno al nivel de su interacción con la oligarquía y las clases trabajadoras y el otro en la interacción entre lo local y lo extranjero.

 

Ahora bien, entre las décadas de 1960 y 1970, Mujer también publicó artículos sobre la relación de las mujeres con el cuerpo, la moda, la sexualidad y la reproducción, estableciéndose siempre una relación entre estas temáticas y la coyuntura política: no eran temas considerados como fenómenos comerciales, ni mucho menos leídos en clave esencialista, como si estuvieran en búsqueda de la definición del “temperamento de la mujer colombiana”. El cubrimiento se hacía, más bien, con el interés de darle sustento de altura a discusiones como las de la fertilidad y la maternidad, que muchas veces eran analizadas desde la óptica moral y por ello no recibían la atención necesaria de los medios de comunicación tradicionales. En ese sentido, frente a las interpretaciones provenientes de Estados Unidos y Europa, en las que se relacionaba procreación con sobrepoblación y subdesarrollo, Mujer publicó entrevistas con científicos y médicos, entendiendo este gesto como una forma de romper tabúes alrededor de los anticonceptivos y ampliar así su uso informado por parte de las mujeres colombianas. Para Mujer era necesario dar cuenta de la experiencia emancipatoria y cosmopolita que implicaba para las mujeres el uso de anticonceptivos.

 

En ese sentido, durante la década de 1960, de manera complementaria con los asuntos de carácter político, dentro de las publicaciones femeninas también coexistieron artículos sobre la relación de las mujeres con la cosmética, la estética y la corporalidad; temas, todos, entendidos como componentes de una naciente cultura política de la clase media colombiana, y también como asuntos que las mujeres del país podían analizar desde su propia experiencia.

 

Es el caso de “Planificación de la familia”, un reportaje publicado en Mujer en octubre de 1965 y escrito por Amparo Vargas de Jaramillo. En él, Vargas entrevistaba al doctor Rodrigo Guerrero Velasco, quien hacía un recuento del éxito que habían tenido las campañas educativas sobre planificación familiar que el gobierno nacional había hecho en Cali durante todo el año de 1965. Según el artículo, la campaña tenía el mérito de haber puesto en el mismo nivel las problemáticas de sexualidad y los problemas psicológicos del matrimonio: asuntos como la fisiología de la reproducción, el embarazo, los períodos fértiles y los síntomas de ovulación eran situaciones médicas cotidianas que –así como los problemas entre los cónyuges— merecían asesoría profesional, información confiable y una amplia divulgación entre las audiencias.

 

Al referirse a los métodos anticonceptivos, Vargas comentaba los beneficios y las contraindicaciones del uso de la píldora y de los dispositivos intrauterinos, mientras refería someramente la explosión de disputas en torno al presunto carácter anti-religioso de los métodos anticonceptivos. De esta manera, Mujer se enfrentaba al parroquialismo conservador colombiano y promovía entre las mujeres del país la ejecución de prácticas saludables, autónomas y claras en los campos de la sexualidad y el cuidado del cuerpo.

 

Por otro lado, a través de la sección “Problemas sociales”, Mujer buscó apoyarse en la fotografía para plantear una mirada crítica a la vida diaria colombiana. Con ella, hizo énfasis en dos momentos de la violencia rural del país, por ejemplo en la llamada Violencia bipartidista de los años 40 y 50 y en los ánimos reformistas de comienzos de los años 60. Frente a la Violencia, se publicaron artículos como “El drama colombiano. La mujer es la víctima de la violencia”, en donde se tomaban los estudios Teoría Gorgona, de Horacio Gómez Aristizábal, y La violencia en Colombia, de Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y Germán Guzmán Campos, para mostrar que durante la década de 1950 se cometieron masacres, en diferentes regiones del país; a la luz del artículo, esas masacres traían consigo crímenes contra la familia, la libertad sexual y el cuerpo de los campesinos. Mujer recalcaba y denunciaba que en un ambiente así de hostil y desalentador, las mujeres campesinas sólo podían aspirar a la adversidad.

 

Paralelamente al cubrimiento de estos fenómenos, los contenidos de Mujer promovían la solidaridad política y social al interior de la sociedad colombiana. Para la publicación, la clase media era la protagonista de estas necesarias transformaciones, pues era entendida como un sector social del cual dependía el desarrollo del país. En los artículos publicados, profesionales de una creciente clase media aparecían como los ejecutores de políticas que mejoraban la vida de las personas marginadas en el país: se cubría la labor de hombres y mujeres profesionales que hacían parte de los programas de la Reforma Agraria, llevados a cabo por el primer gobierno del Frente Nacional en el marco de la Alianza para el Progreso, es así como se hablaba de la experticia de doctores, enfermeras, trabajadores sociales, ingenieros y arquitectos, entre otros tipos de profesionales. En términos visuales, los artículos retrataban la vida de los campesinos y los trabajadores rurales que recibían guía por parte de estos profesionales.

 

Hombro a hombro, mujeres y hombres trabajaban para promover un ambiente de renovación moral en el país, y muy rara vez se hicieron distinciones entre el trabajo masculino y el femenino, en cuanto a que los hombres llevaran el sustento económico al hogar y las mujeres se encargaran de los cuidados primarios. La mujer de clase media era un desafío para la dupla excluyente en la que los hombres aparecían liderando en el mundo laboral y la mujer era una ama de casa devota. Por ejemplo, en el artículo “Actualidades Mujer”, publicado en septiembre de 1967 en la revista Mujer, se mencionaba que alrededor del 60% de las mujeres graduadas en universidades practicaban sus profesiones: así como los hombres eran entrenados para trabajar profesionalmente y aspirar a contribuir económicamente para sostener a sus familias, así también lo eran las mujeres, quienes no siempre estaban confinadas al hogar o al tutelaje de los hombres.

 

En esa medida, frente a la Reforma Agraria, en artículos como “Las faldas y la reforma agraria”, “Una solución para el campesino”, o “La sociología femenina aplicada a la reforma agraria”, publicados durante 1964 en Mujer, se resaltaba el papel de la mujer profesional en el desarrollo de este tipo de programas: periodistas, sociólogas y enfermeras participaban en la transformación rural que buscaba la Reforma Agraria. Es el caso de Carmen Sofía Torres Medina, socióloga boyacense graduada de la Universidad de la Sorbona en Francia y de la Universidad de Puerto Rico. Torres ejercía como directora de la División de Organización Campesina del INCORA (Instituto Colombiano para la Reforma Agraria), supervisando la planeación, evaluación, investigación y seguimiento estadístico de los programas para reformar la propiedad de la tierra y la producción agraria rural. Mucha más allá de sus labores de oficina, el artículo planteaba que el trabajo de campo realizado por Torres Medina definía su compromiso con el cambio social: “Ella no ha confinado su trabajo a la interpretación de los números reportados a su oficina desde la periferia rural. En lugar de ello ha ido al campo, y junto con ingenieros, arquitectos, doctores, trabajadores sociales, economistas domésticos y enfermeras, ha visitado el campo colombiano”.

 

En gran parte de esta serie de artículos, las fotografías funcionaban como documentación del fruto de su labor en las áreas rurales. Por ejemplo, acompañando el artículo “La sociología femenina…”, aparecían imágenes de mujeres campesinas trabajando la tierra en grupos, dando cuenta de la labor exitosa de su plan para el trabajo comunitario de la tierra en el altiplano colombiano, tarea supervisada por sociólogos y sociólogas. En otros casos, mostraban mujeres campesinas alimentando su ganado en las llanuras calientes del país. La leyenda de la foto planteaba: “la tierra debe pertenecer a todos” y “los recursos de la tierra son la fundación del desarrollo nacional”. Si bien los campesinos eran parte fundamental del artículo, las profesionales y las sociólogas eran los protagonistas, pues aparecían como líderes de un modelo social autorizado por el conocimiento científico e impulsado por la ejecución de la Alianza para el Progreso. Los artículos resaltaban los intereses profesionales en impulsar la higiene doméstica, los cultivos técnicos, la instrucción escolar, entre otros elementos que, durante los años 60, enarbolaron los programas sociales a favor de un tipo específico de desarrollo.

 

Otro ejemplo interesante es el del artículo “Las faldas y la reforma agraria”, en donde las mujeres periodistas aparecen como personajes que interactúan con los expertos de clase media y con líderes campesinos que apoyaban los programas rurales de la reforma agraria. Los viajes que hicieron estas mujeres periodistas le sirvieron a Mujer para dar cuenta de las actividades de la clase media en el campo colombiano. En una de las imágenes, un miembro de la organización de la reforma aparece ayudando a dos mujeres periodistas a cruzar un puente todavía en construcción, sugiriendo cómo estas mujeres de vida urbana, a pesar de sus pasos inseguros y su poca familiaridad con el paisaje rural, se ajustaron a las circunstancias por motivo de su compromiso periodístico con reportar desde el campo y sobre el buen trabajo de los profesionales. La misma directora, Flor Romero de Nohra, viajó por diferentes lugares de la Costa Atlántica reportando el éxito de algunos planes rurales llevado por profesionales de clase media.

 

Con fotografías de reporteros gráficos notables, y que trabajaban en muchas ocasiones donando su trabajo en beneficio de la sostenibilidad de las publicaciones, como Nereo López, Abdu Eljaiek, Juan Fonseca, Guillermo Vargas y Vittorio Esbardela, Mujer también publicó artículos documentando la miseria de mujeres y niños en ambientes rurales y urbanos. Es el caso del fotorreportaje “Al rescate del niño colombiano”, en donde se exhibían trece fotografías de alta calidad, en blanco y negro, de niños huérfanos que vivían en las calles de la ciudad, y cuya única esperanza era ser recibidos en un resguardo en donde pudieran rehabilitarse. En el texto que acompañaba el reportaje se hacía una crítica a los poderes económicos y a la indiferencia gubernamental frente a los pobres, mientras que en las fotografías se resaltaba la diferencia entre un niño que encontraba un resguardo y uno que se mantenía en la calle. El artículo resaltaba que la vida en la calle era difícil, expuesta a vicios y a la delincuencia como único medio de vida. Sin embargo, las descripciones de las fotografías también sugerían que los niños desarrollaban una resistencia especial a las dificultades y un sentido de la supervivencia particular. Finalmente, el reportaje presentaba fotografías de niños en mejores condiciones, en medio de rituales de limpieza y en salones escolares.

 

El valor agregado del fotoperiodismo dentro de Mujer fue la mirada profunda y analítica de la realidad social que los fotógrafos colaboradores lograron desarrollar. En medios como El Tiempo y El Espectador, los reporteros no contaban con el margen para desarrollar su creatividad e impulso crítico. En Mujer los marginados eran traídos a primer plano, en una evidente agenda periodística en la que se condenaba la injusticia y la oligarquía en orden de proteger a los no privilegiados.

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06 reforma

<<“¡Dígame doctor!”, la sección de Mujer, se convirtió en un curso extenso sobre psicoprofilaxis, en donde se discutía con apertura mental sobre sexualidad, las labores de parto, el embarazo y el mismo momento del parto>>.

 

V

Las lectoras de las publicaciones escritas por mujeres

 

 

“...Mujer siempre trae una buena selección de material, no tolera la distorsión de las capacidades que las mujeres han desarrollado, y es sabia en retratarlas como seres humanos: con capacidades intelectuales, un bagaje cultural amplio, y no como simples muñecas, mujeres dulces, muy dulces, sin ningún otro propósito que su hogar….”.

Sara Inés del Río, carta a la editora, Mujer febrero de 1962

 

Los medios escritos por mujeres buscaron crear una relación cercana con sus lectores, lo que les permitió, de manera complementaria con la venta de publicidad, sostener económicamente una mayor circulación de los impresos. Esto desembocó en la visibilización de una cultura impresa femenina, que se apoyó en la robusta producción de textos escritos por mujeres y en la entusiasta participación de mujeres lectoras con las que se establecieron conversaciones de largo aliento, bien fuera a través de cartas o en espacios editoriales. Las páginas de Mujer, por ejemplo, se convirtieron en un espacio de crítica y participación continua para las lectoras, quienes, a través de cartas, expresaban su opinión tanto sobre los contenidos publicados y los acontecimientos del día a día como sobre los problemas sociales que las aquejaban. Por ejemplo, sobresalen particularmente aquellas cartas de lectoras que se autodenominaban pertenecientes a una clase media preocupada por la negligencia de los sectores políticos y por las inequidades sociales y económicas del país.

 

Mujer fue una de las publicaciones escritas por mujeres más intrépidas a la hora de publicar la correspondencia de sus lectores: a pesar de que con frecuencia circularon en sus páginas las cartas de felicitación por la labor hecha, en otras ocasiones se aventuraron a publicar las críticas que hacían las lectoras sobre los contenidos de la revista, lo que consolidó la idea de un cuerpo de lectoras con una mirada audaz y rigurosa. A comienzos de 1962, en su artículo “Un criterio feminista al servicio de Colombia”, la revista se planteaba que el diálogo con las lectoras era vital: “Nosotros lo sabemos desde el comienzo, y es por eso que nuestro contenido está hecho a partir de ideas, opiniones y respuestas de numerosas personas, con diversas perspectivas”. De acuerdo con Flor Romero de Nohra, al menos la mitad de los lectores de la publicación eran suscriptores que recibían la revista en su casa, por lo que se lograba cierta fidelidad y constancia en el diálogo. Así lo mostraban las publicidades de la revista: “Mujer no es simplemente una revista para mujeres. Es una publicación para colombianos inteligentes, comprensivos y con voluntad manifiesta de estar informados”.

 

Para Mujer, el punto de vista de las lectoras debía entonces ser tomado en cuenta para que las publicaciones estuvieran más cercanas a sus intereses. En ese sentido, las cartas le permitieron a la revista entrar en contacto con lectoras que querían “conocer nuevas sensibilidades”. En carta a Flor Romero, de enero de 1962, Ana María Vargas escribía que le gustaría que la publicación “tuviera al menos dos páginas dedicadas a literatura, incluyendo prosa, poesía y un comentario”. Vargas insistía en que este tipo de contenidos podrían ser más atractivos para las lectoras, “si no se presenta la obra de conocidos escritores”; ésta debía funcionar “como una plataforma que envalentone la obra de los neófitos”. Así también, María Teresa Ramírez, desde Bogotá, escribía en febrero de 1962 pidiendo que se publicara información personal sobre artistas, “incluyendo sus imágenes”. Como Vargas, Ramírez pedía que fueran artistas poco conocidos, así los lectores podrían estar mejor informados sobre las más grandes tendencias artísticas y los últimos desarrollos en el mundo del arte.

 

Así como las cartas sirvieron para que los lectores hicieran una evaluación de la publicación, muchas veces también fueron un medio de expresión de quejas de lectoras y lectores sobre sus contextos: muchos, en su calidad de ciudadanos, denunciaban eventos que consideraban abusivos o difíciles de asimilar en su vida cotidiana. En febrero de 1962, Sara Inés del Río escribía a Mujer que consideraba que el objetivo principal de la publicación debía ser la instrucción de las mujeres por medio del ofrecimiento de “una amplia visión sobre la coyuntura económica, social y política de los problemas del país”. Por ello, Sara Inés del Río resaltaba que la publicación siempre trajera una buena selección de material y que no tolerara “la distorsión de las capacidades que las mujeres han desarrollado”, además de ser “sabia en retratarlas como seres humanos: con capacidades intelectuales, un bagaje cultural amplio, y no como simples muñecas, mujeres dulces, muy dulces, sin ningún otro propósito que su hogar”.

 

Las cartas, además, son un espejo hacia las diferentes formas y espacios en los que fueron leídas las publicaciones. En carta a la editora, en abril de 1962, María Eugenia Castro escribía que en su casa se leía y discutía Mujer: mientras las hijas jóvenes leían la publicación, sus madres estaban en el cuarto de al lado, también debatiendo el contenido de los artículos. Por otro lado, en octubre de 1965, Teresa de Castrillón le escribía a la editora de la revista Mujer para felicitar a la publicación por circular información sobre los anticonceptivos con una confianza que no se encontraba en otras periódicas. Haciendo eco de lo que comentaba Teresa de Castrillón, otras lectoras, desde diferentes regiones del país, también enviaban comunicaciones en las que comentaban positivamente los artículos sobre planificación familiar y pedían que se profundizara en la materia.

 

Otro ejemplo interesante es el de una carta de marzo de 1962 escrita por Luz Marina Rodríguez, lectora de Bogotá. Rodríguez afirmaba haber disfrutado “el último artículo sobre ginecología, no sólo por su carácter científico, sino, principalmente, porque resolvió muchas preguntas que nos ayudarán a mantener nuestra salud y prevenir futuros desastres”. En su carta, Rodríguez sugería que la publicación debía incluir artículos sobre medicina en todos sus números, además de crear una sección especial para que los lectores pudieran consultar especialistas y recibir consejos médicos. A esto último, Mujer reaccionó rápidamente: un mes después, se comenzó a publicar la sección sobre salud y ciencia llamada “¡Dígame doctor!”, un foro en el que los lectores podían expresar sus preocupaciones médicas y sus preguntas relacionadas con ciencia, siempre recibiendo una respuesta afable por parte de la publicación. Entre cientos de cartas, la sección recibía preguntas sobre sexo, embarazo, maternidad, tratamientos para el acné, uso de tratamientos para el cuidado de la piel, inquietudes sobre el uso de remedios, medicinas con fuertes efectos secundarios o vitaminas, entre otros. Además, la sección insistía en integrar prácticas médicas extranjeras con puntos de vista domésticos sobre la salud ginecológica.

 

“¡Dígame doctor!” se convirtió en un curso extenso sobre psicoprofilaxis, en donde se discutía con apertura mental sobre sexualidad, las labores de parto, el embarazo y el mismo momento del parto. Tanto los artículos como las imágenes reforzaban constantemente la conexión entre las prácticas de cuidado de la salud durante el embarazo y la necesidad de que el progreso a nivel mundial de la ciencia llegara a Colombia. Mientras se ofrecían técnicas médicas para mejorar la salud y el confort femenino, se incentivaba la práctica de la profilaxis como la mejor forma de llevar a buen término un embarazo, con el menor dolor posible a la hora del parto.

 

Finalmente, en las publicaciones se publicaban encuestas construidas a partir de entrevistas con lectoras y mujeres profesionales, con trayectorias laborales (en el mundo de la educación, el periodismo), con formación en economía, psicología, estudios de mercado, política y medios de comunicación, y con acción profesional en diferentes ciudades del país. Por ejemplo, en una de ellas aparece Consuelo Salgar, psicóloga graduada en la Universidad Nacional y posterior manager de una agencia de publicidad influyente, como un ejemplo del cambio en los paradigmas de relaciones de pareja y matrimonio en Colombia.

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