Toda obra tiene su principio

Cultura impresa, sociedad y política en la Colombia de mediados del siglo xx

Un breve contexto histórico para iluminar la aparición de una cultura impresa femenina en Colombia

Toda obra

tiene su

PRINCIPIO

sumario

 

I. Más alla de la divulgación cultural
Las mujeres en el centro del debate público colombiano

 

II. Industria y alfabetización

Las publicaciones femeninas como participantes del cambio social

 

III. Mujeres laboriosas, mujeres lectoras, mujeres educadas

De los derechos laborales a los derechos civiles

 

IV. Nueva política, nuevo optimismo

Publicaciones femeninas durante el Frente Nacional

 

V. Patriotismo, solidaridad y clase media

Mujeres de prensa de cara a la historia del país

 

 

 

 

Durante el siglo XX, en Colombia, grupos de mujeres escritoras y periodistas consolidaron con persistencia proyectos de prensa que pusieron los intereses de las mujeres en el centro del debate público. Entre las décadas de 1920 y 1970, en diferentes ciudades del país se fundaron publicaciones como Letras y Encajes (Medellín, 1926), Aurora (Bucaramanga, 1941), Mireya (Bogotá, 1943), Agitación Femenina (Tunja, 1944), Lumbre (Cartagena, 1949), Mundo Femenino (Bogotá, 1953), Verdad (Bogotá, 1955), Nuestras mujeres (Bogotá, 1955), Contrastes (Bogotá, 1960) y Mujer (Bogotá, 1961).

 

Cada una de ellas utilizó la escritura para hacerse a un espacio legítimo al interior de los terrenos de la cultura impresa colombiana, habitualmente manejada por grupos de hombres. A través de la escritura dieron cuenta de las texturas de su día a día como grupo social, al tiempo que abogaban por abrir el estrecho espacio que tenían las mujeres en el ámbito público, tanto en espacios culturales, periodísticos y políticos, como en el mercado laboral.

 

Algunas de estas publicaciones se distinguieron por buscar transformar la visión tradicional de la prensa femenina, que la limitaba a ser un espacio para la “divulgación cultural”. Entre las décadas de 1940 y 1970, Mireya, Agitación Femenina, Mundo Femenino, Contrastes y Mujer fueron espacios para la discusión de temáticas de todas las índoles, pero su enfoque tenía una particularidad: siempre y cuando los temas tratados fueran de interés para las mujeres colombianas, en sus páginas se discutía sobre la vida íntima, maternal, familiar y de pareja, sobre la organización de movimientos sociales para enfrentar el rechazo abierto a los cambios legales y sobre el arraigo de la sociedad colombiana a los roles tradicionales.

 

Como se verá a continuación, su posición editorial acompañó una larga coyuntura de cambios políticos y sociales en la situación de la mujer colombiana, pues publicaciones fueron testigos activos de procesos sociales fundamentales, como el ingreso de las mujeres al mercado laboral, la democratización paulatina de su acceso a la cultura escrita y al ámbito educativo y la conformación de organizaciones a favor de sus derechos civiles, entre otros.

 

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"A través de la escritura, en Colombia las mujeres de prensa dieron cuenta de las texturas de su día a día como grupo social..."

todaobra wire

II

Industria y alfabetización

 

Las publicaciones femeninas como participantes del

cambio social

 

Desde finales de la década de 1910, en Colombia, con el impulso que recibió el desarrollo industrial por parte de los gobiernos conservadores vino la entrada masiva de las mujeres al mundo laboral. Concentradas especialmente en las crecientes fábricas textiles y manufactureras que se consolidaban en ciudades como Medellín y Bogotá, su participación en el debate público y la movilización política comenzó a ampliarse progresivamente.

 

Fortalecida por la conformación de grupos que abogaban por la mejora de las condiciones de trabajo en las industrias, durante la década de 1920, la voz de las mujeres se abrió un espacio dentro de nuevos escenarios para la producción escrita.

 

Si bien desde la segunda mitad del siglo XIX ya sobresalían los trabajos literarios y editoriales de una Soledad Acosta de Samper, es desde entonces cuando comenzaron a fundarse numerosos proyectos prensa gestionados por mujeres, con enfoques, contenidos y formas de distribución particulares que las diferenciaban de la prensa masculina.

 

Lo cierto es que mientras ciudades como Medellín se consolidaban, entre los años 20 y 40, como centros de las industrias textiles y del comercio, la producción impresa del país creció manifiestamente junto al potencial público lector, que comenzaba a crecer gracias a una paulatina ampliación del acceso al sistema educativo y, por ende, a la alfabetización.

 

De estos procesos fue testigo la revista Letras y Encajes, encabezada por Teresa Santamaría de González. Desde su primer número, en ella se hizo énfasis en la necesidad de asegurar oportunidades para que las mujeres tuvieran acceso a la escritura y lectura literaria y, en general, a conocimientos de historia, artes y religión.

 

Con objetivos similares operaron revistas como Aurora y Lumbre, dirigidas respectivamente por las liberales Alicia Harker de Carreño y María Guerrero Palacio. En estas publicaciones se editaron escritos de periodistas, poetas y pintoras colombianas, como Judith Porto, Cecilia Porras y Maruja de León de Luna, junto a reseñas sobre personajes históricos, crónicas sobre celebridades del cine y comentarios sobre actividades artísticas en donde participaban mujeres. En Lumbre, esto se combinaba con notas informativas sobre el concurso nacional de belleza, evento importante en Cartagena, la ciudad de origen de la publicación.

 

Aunque el incentivo a la participación política femenina no fue un tema que tuviera mayor preponderancia en Aurora, Lumbre ni Letras y Encajes, el caso de esta última es peculiar: su extenso período de publicación, de 1926 a 1959, uno de los más duraderos de la prensa femenina del siglo XX, le permitió transformar su línea editorial en correspondencia con las dinámicas transformadoras de su momento histórico.

 

Así, con el pasar de los años, la revista fue interesándose por la organización de los movimientos por los derechos civiles de las mujeres y el creciente acceso de las mujeres a centros de educación superior. Ya para mediados de los años 40 y comienzos de los años 50, Letras y Encajes hacía un seguimiento manifiesto del papel activo de las mujeres colombianas en la lucha por el sufragio femenino.

 

Por su parte, Mireya y Agitación Femenina, fundadas por Josefina Canal de Reyes y Mercedes Triana de Castillo y Ofelia Uribe de Acosta, respectivamente, también se ocuparon de esa lucha sufragista. Ambas publicaciones adoptaron una posición activa políticamente, a pesar de no distanciarse integralmente de los contenidos de sus homólogas.

 

Desde su fundación en 1943, en el último gobierno de la República Liberal (1930 - 1946) y recogiendo los impulsos transformadores de la época, las dos publicaciones dieron espacio primordial a la educación, la relación entre las mujeres colombianas y los procesos productivos, su participación en política y su posición frente a problemas morales.

 

Desde sus líneas editoriales se enfocaron también en mostrar cuál podría ser el papel de las mujeres en la coyuntura de transformaciones por la que atravesaba el país, suscitadas especialmente por las reformas sociales durante los gobiernos de Alfonso López Pumarejo (1934 - 1938 y 1942 - 1946).

 

Durante la década de 1930 y 1940, a través de reformas como la creación de nuevos puestos públicos, la legalización de la movilización laboral y la estructuración de un sistema de escuelas normales en varias regiones del país, los gobiernos liberales de la época dieron mayor visibilidad a las mujeres colombianas.

 

Así, también, ambas publicaciones siguieron con mucha atención los impulsos que dichos gobiernos le brindaron a los negocios privados, los empleos públicos y las industrias, que, aunque ya venían creciendo desde la década de 1920, entre las décadas de 1930 y 1950 recibieron el fuerte apoyo de un Estado interesado en consolidar el capitalismo en el país.

 

Aun cuando no fueran un vuelco revolucionario al estado de las cosas, las transformaciones de los gobiernos liberales generaron amplias discusiones críticas. Una de las más fervientes fue la manera en la que los sectores conservadores (de ambos partidos por igual), junto a importantes representantes de la Iglesia Católica, denunciaron las potenciales afectaciones que generaría la vida laboral femenina sobre la estabilidad familiar, las relaciones de pareja y la crianza materna.

 

Mientras las perspectivas morales competían con los argumentos sociales reformistas de la época, en las páginas de Mireya y Agitación Femenina, se abogaba por darle altura a la discusión: se enriquecían las posiciones defendidas, más allá de argumentos doctrinarios y, muchas veces, combinando las ideas de índole liberal con las conservadoras.

 

Para mediados de los años 40, mientras la presencia de las mujeres en el ámbito laboral crecía, las notas publicadas iban adquiriendo un tono de beligerancia política que estaba a favor de la autonomía ganada y abogaba por nuevos cambios, en particular aquellos que beneficiaran los intereses de un sector social favorecido por el aumento del acceso a la educación.

 

A través de artículos enfáticos, Mireya y Agitación Femenina dieron una bienvenida optimista a las transformaciones que planteaban las políticas liberales, al tiempo que sentaron sus posiciones críticas: los cambios debían continuar, pues tanto en el mundo del periodismo como en los ámbitos político y laboral, las mujeres colombianas se enfrentaban todavía a una fuerte resistencia.

 

Aun cuando los gobiernos de turno promovieran nuevos marcos legales de reforma, la sociedad colombiana todavía asumía con mucha lentitud sus consecuencias sobre la vida práctica y cotidiana.

 

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05 imprenta

III

Mujeres laboriosas, mujeres lectoras, mujeres educadas: 

de los derechos laborales a los derechos civiles

 

“…revelar la habilidad de las mujeres para convertirse en colombianas admirables que participan activamente en la nación…”

Revista Mireya, “Primer aniversario” [Artículo], septiembre de 1944

 

Durante las décadas de 1930 y 1940, la República Liberal impulsó con fuerza nuevos programas educativos y de extensión cultural a través del Ministerio de Educación Nacional. Además, financió la publicación de revistas de investigación desde la Biblioteca Nacional y la consolidación de cursos dentro de la Escuela Normal Superior, el Instituto Etnológico Nacional, entre otras instituciones.

 

El campo intelectual colombiano gozaba de una notable efervescencia: la producción escrita se había multiplicado, comenzaban a aparecer distinciones entre la educación técnica y la educación profesional, el magisterio se profesionalizaba, los investigadores recorrían el país y las disciplinas sociales discutían, entre otros temas, sobre el determinismo biológico y geográfico, la conformación racial colombiana, la identidad auténtica de la nación, la necesidad de la integración de los territorios nacionales, la importancia de la reforma agraria y la irrupción de la lucha de clases.

 

En ese contexto, las mujeres comenzaban a graduarse como bachilleres y el abánico de posibilidades se abría. Si sus condiciones económicas se lo posibilitaban, mujeres de todo el país asistían a las escuelas normales rurales y urbanas, a las facultades de educación, a la Universidad Nacional, a las facultades femeninas de la Universidad Javeriana y a los llamados Colegios Mayores de Cultura Femenina o Universidades Femeninas, respondiendo a la necesidad manifiesta de formación de las mujeres en el país.

 

Esto estuvo presente en los textos publicados por Mireya y Agitación Femenina, a través del cubrimiento de la reestructuración del Estado y la situación de la organización femenina, con lo que se discutía la relación entre progreso y la educación, la capacitación y formación práctica, el trabajo de casa y la labor de oficina.

 

Entre marzo y julio de 1944, Mireya publicó los artículos “La mujer moderna” y “La mujer colombiana”, textos de la ensayista y periodista conservadora Camila Uribe. En ellos, con un tono enérgico, su autora defendía la presencia de la mujer en los foros públicos, puesto que, en sus palabras, debido a sus capacidades innatas y a su buena capacitación, las mujeres habían demostrado que podían desempeñarse exitosamente tanto en los trabajos de la burocracia estatal como en el mundo de los negocios, los trabajos de fábrica y las industrias caseras. Además, Uribe afirmaba, el fortalecimiento de la industria nacional había permitido algunos cambios en la experiencia vital femenina.

 

Sin embargo, según Uribe, entre más se aplazara una mejor atención a la situación laboral de las mujeres, la anhelada consolidación económica nacional podría correr peligro. Esto sucedería, por ejemplo, mientras los jefes insistieran en ignorar a propósito la formación especializada que habían recibido las mujeres para desempeñarse en sus oficios, a la hora de ser ubicadas en cargos específicos o de recibir su merecido pago.

 

Sea como fuere, las mujeres abrían las puertas hacia la independencia económica, aunque no debían dejar de prestarle atención a las leyes laborales, que, si no se reformaban sostenidamente, empezarían a tener un impacto negativo en las condiciones de vida de las mujeres que trabajaban, en particular, y de los colombianos, en general.

 

El tratamiento continuo de temáticas como estas dentro de las revistas es el indicio de una nueva responsabilidad política asumida: las mujeres de prensa debían incluir en el espacio de la cultura escrita colombiana argumentos que legitimaran los lugares sociales que adquirían de manera creciente.

 

Por ello, con un interés por visibilizar las investigaciones de otros sectores de la cultura escrita, las publicaciones dialogaron también con la entonces incipiente academia colombiana, que para la década de 1940 había publicado trabajos como el “Derecho y reivindicaciones de la mujer colombiana” (Bogotá: A.B.C., 1940), de José Luis Chavarría Meyer; “La condición social de la mujer en Colombia” (Bogotá: Cromos, 1944), estudio de Gabriela Peláez Echeverri sobre los derechos civiles y las mujeres en Colombia (1944); y “Ciudadanía de la mujer colombiana” (Bogotá: Tipografía Voto, 1946), trabajo de Soledad Gómez Garzón (1946).

 

Desde estas investigaciones, las mujeres mostraron su interés por aterrizar las discusiones sobre la mujer a las condiciones concretas de su experiencia en la sociedad colombiana; las revistas, por su parte, las retomaban para reforzar su compromiso político.

 

Ya a finales de la década de 1940, mientras la prensa tradicional y políticos de los partidos Liberal y Conservador comenzaban a denunciar la violencia bipartidista rural, las revistas femeninas expresaban su desconcierto frente al cubrimiento que se le daba en la prensa a las injusticias cometidas contra los sectores más excluidos de la sociedad.

 

Para la década de 1950, esta denuncia se recrudeció, y el talante activista de las publicaciones femeninas vino acompañado por una relectura particular de las explicaciones que la prensa tradicional, y eminentemente masculina, daba sobre la turbulenta coyuntura de la Violencia bipartidista, que continuó durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla (1953 - 1957).

 

Esa violencia coexistió con el ímpetu y frutos industriales de los gobiernos conservadores que fueron recogidos por el gobierno de la dictadura, favorecido por la expansión de la inversión norteamericana en América Latina, luego de la Segunda Guerra Mundial. Se dio, entonces, una bonanza económica que se reflejó en el crecimiento de la infraestructura habitacional urbana, entre otros, pero que tuvo su complemento en el aumento de la migración y desplazamiento forzado del campo a la ciudad, dada la violencia del momento.

 

Durante este período, la publicación Mundo Femenino (1953 - 1956), en la pluma de su directora Mariaurora Escovar y sus colaboradoras, dio cuenta de las injusticias vividas por varios sectores del país, incluidas las mujeres, por causa de las circunstancias violentas. En mayo de 1955, uno de los años más críticos de los enfrentamientos violentos entre grupos armados bipartidistas, Escovar escribía el artículo “Nuestra prensa es esencialmente política”, en donde condenaba el sectarismo que permeaba al periodismo colombiano, pues consideraba que, a través de sus editoriales y artículos, demostraba estar al servicio de los intereses de unos pocos individuos en el país y no refería los verdaderos problemas de los marginados colombianos.

 

Según Escovar, si los periodistas querían continuar llamándose “líderes de opinión”, tendrían que cambiar sus formas de entender el rol de la prensa y comenzar a practicar responsablemente un periodismo atado a los preceptos informativos del oficio. Para ello, Escovar consideraba, la prensa hecha por mujeres debía constituirse como un “periodismo a la medida de la realidad que lo albergaba, rigurosamente comprometido con la verdad y en contra de la política venenosa”.

 

Simultáneamente, estaban las formas de la militancia política a favor del movimiento femenino. Es el caso de artículos como “El movimiento femenino en marcha”, publicado en febrero de 1954, a través del cual Mundo Femenino muestra que fue una tribuna para la reflexión sobre la necesidad de la unión, la cooperación y la coordinación femenina. En éste, así como en una serie amplia de artículos similares, se planteó la necesidad de apoyar las disciplinadas y exitosas campañas femeninas en torno al voto, la solidaridad y la organización del movimiento femenino colombiano.

 

Además, se resaltó que las mujeres tenían la experiencia y la valentía para buscar el bienestar colectivo, organizar la búsqueda de la justicia para todos y promover la solidaridad nacional para transformar a los colombianos en ciudadanos responsables, interesados por un proyecto de país que incluyera la equidad de género y la justicia social.

 

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IV

Nueva política, nuevo optimismo:

Publicaciones femeninas durante el Frente Nacional

 

“El objetivo permanente de Mujer era hacer una revista actual: útil, entretenida, informativa e inteligente”.

Mujer, “50 ediciones - 2500 páginas y una nueva etapa de Mujer” [Artículo], junio - julio de 1966

 

Durante las décadas de 1950 y 1960, el país atravesó por un período de transformaciones económicas que beneficiaron el desarrollo industrial, el crecimiento de instituciones y políticas sociales y la infraestructura urbana. Sin embargo, la brecha entre las condiciones de vida del campo y la ciudad continuó ampliándose.

 

Luego del período de la Violencia bipartidista, con la llegada del Frente Nacional (1958 - 1974), se consolidó el pacto entre las élites industriales urbanas, los latifundistas rurales y una clase política interesada en la restructuración del Estado, pero incapaz de hacer reformas y alianzas suficientes para mitigar la creciente desigualdad social.

 

Por su parte, el campo de la cultura impresa colombiana crecía de la mano de otros medios de comunicación, como la televisión y la radio, que comenzaban a consolidarse como industrias culturales y mediáticas. Así también, el mercado editorial recibía con entusiasmo el aumento de los índices de alfabetismo y de consumo de libros y revistas, como consecuencia de la creciente democratización del acceso a la educación básica, secundaria y universitaria y de la aparición paulatina de la clase media.

 

Luego de la caída de la dictadura, el 10 de mayo de 1957, el Frente Nacional renovó las relaciones del Estado colombiano con el de los Estados Unidos, que, a comienzos de la década de 1960, implementó la “Alianza para el Progreso”. Este era un plan de cooperación económica con el que se pretendía impulsar reformas sociales (como la Agraria) que frenaran la influencia del comunismo en América Latina. En el discurso, tanto el Frente Nacional como de la Alianza para el Progreso, esas reformas significaban la llegada de la paz y el desarrollo para la nación colombiana.

 

Luego de una década de bonanza económica, pero de inestabilidad política, los gobiernos liberales y conservadores entre 1958 y 1974 buscaron rehacer el relato de la nación colombiana. En éste, el país había superado racionalmente la violencia y el desarrollo económico permitiría favorecer el incremento de una clase media que prometía sostener el progreso de Colombia. Todo esto se daba en el marco de una alternancia de poderes de los partidos Liberal y Conservador en la política institucional.

 

Durante este mismo período se fundaron Mujer y Contrastes, dos revistas fundamentales para la historia de la prensa femenina, pues a través de ellas se reflejó ese nuevo signo de los tiempos, a la vez que se daba continuidad a la formación de proyectos de prensa desde la voz femenina. Para la prensa de mujeres, el país entraba efectivamente en una “nueva época de paz, democracia y desarrollo” con la llegada del acuerdo bipartidista del Frente Nacional. Aun cuando se respiraban las incertidumbres propias de la Guerra Fría, tanto Flor Romero de Nohra, con Mujer, como Alicia Sotomayor de Martínez, con Contrastes, persiguieron miradas optimistas, aunque críticas y certeras, sobre el futuro del país.

 

Ambas revistas hicieron esfuerzos por caracterizar la creciente clase media, por ejemplo. Ésta se mostraba como un sector de la sociedad colombiana que, gracias a las transformaciones económicas por las que había atravesado el país en el mismo período de la Violencia bipartidista, finalmente comenzaba a adquirir una identidad cultural, económica y moral por medio del acceso a la educación profesional y al mundo laboral y su reconocimiento propio como sector pujante y cosmopolita.

 

Especialmente en Mujer, mujeres y hombres profesionales aparecían como agentes sociales activos, con responsabilidades para con su comunidad que, en el caso de las mujeres, oscilaban entre los quehaceres domésticos, la búsqueda de cumplir sus metas profesionales, su liberación sexual y la búsqueda de la equidad de género.

 

Lo cierto es que, en correspondencia con la lectura de la situación política de otras de las publicaciones femeninas, la perspectiva de Mujer se planteó siempre como una interpretación renovadora. Si en los años 40 y 50 las publicaciones escritas por mujeres habían sido uno de los factores catalizadores para la transformación del periodismo en una práctica más organizada, exenta de conflicto político bipartidista, instalada más allá del espíritu sectario y de la agenda ideológica de los liberales y conservadores, en los años 60 se convertían en una forma de entender la relación de las mujeres como grupo social con su país y el mundo.

 

Esto era posible porque, aun enfrentando una fuerte oposición, durante las décadas de 1940 y 1950 las mujeres de prensa continuaron con su labor de ocupar un espacio que antes les era vedado: se convirtieron en mujeres periodistas, con una voz propia, escuchada en el debate público colombiano por la sociedad colombiana de la época.

 

Si en los años 50 la prensa femenina había privilegiado la necesidad de construir una visión educativa y cívica del periodismo, durante los años 60 las mujeres de prensa consolidaron la idea de que su trabajo debía ser tan valorado como el de los hombres. Tanto para Mujer como para Contrastes, la escritura era una práctica efectiva para visibilizar la posición femenina frente a la moda, la decoración, la vida doméstica, los problemas de salud femenina, así como frente a la creciente participación de la mujer en las transformaciones políticas y culturales del país, pero ahora en el contexto de un país que por fin lograba dialogar con las tendencias internacionales.

 

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“El objetivo permanente de Mujer era hacer una revista actual: útil, entretenida, informativa e inteligente”.

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IV

Patriotismo,

solidaridad y clase media: mujeres de prensa decara al país

 

 

Ya desde la década de 1940, los medios escritos por mujeres se habían postulado como proyectos de prensa con interés por divulgar una posición particular frente a la situación económica y social del país: era necesaria una transformación de las férreas estructuras sociales del país, quizás no una radical, instantánea o revolucionaria, pero sí una que involucrara a la creciente clase media en procesos de formación intelectual, ética y moral.

 

Durante la década de 1950, la creciente aparición de sectores medios en el campo del periodismo había permitido, por ejemplo, la inclusión de nuevas categorías para la discusión, como la de “patriotismo”, que fue utilizada por revistas como Mireya para circular artículos que cuestionaban las razones por las que el país “se desangraba por razones políticas” y proponían que la prensa femenina fuera una tribuna para buscarle soluciones al “deterioro moral de la nación”.


Para la década de 1960, una mujer como Flor Romero de Nohra, directora de Mujer, escribía que la prensa femenina debía concebirse como un campo de batalla política y cultural que, liderado por mujeres educadas de la clase media en formación, difundiera la cultura, la educación y la imperiosa solidaridad social, e interesara al país en construir su propio desarrollo. Como muchas otras mujeres de su época, Romero de Nohra había dado sus primeros pasos dentro de la prensa dominante de la década de 1950, escribiendo reportajes sobre recepciones sociales, artículos sobre poesía y anécdotas de la vida social, perfiles e historias cortas de mujeres de élite, noticias de eventos culturales y artículos especializados en moda femenina y curiosidades, principalmente en El Espectador.

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"Flor Romero de Nohra pensaba a Mujer como un foro abierto en donde todos podrían expresar cualquier pensamiento>>. Esto, sin embargo, aplicaba más para esa clase media que Romero de Nohra legitimaba en el contexto de su revista".

Recogiendo discusiones de las décadas anteriores, en la década de 1960, Flor Romero consolidó Mujer como una herramienta dispuesta a cambiar el orden existente: en ella, mujeres periodistas de la naciente clase media, bien preparadas, criadas en familias “de buenas costumbres”, pero aun así marginalizadas socialmente por ser mujeres, interpretaban cada aspecto de sus vidas de manera crítica, analítica, imparcial y desde un prisma político no excluyente.

 

Como lo señalaba Romero de Nohra en su editorial de agosto de 1962, a manera de síntesis del espíritu de las revistas femeninas entre los años 20 y 60, Mujer era pensada como “un foro abierto en donde todos podrían expresar cualquier pensamiento”. Esto, sin embargo, aplicaba más para esa clase media que Romero de Nohra legitimaba en el contexto de su revista.

 

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